Por Mariana Gómez
Facultad de Psicología
U.N.C.
Introducción
Este trabajo se propone analizar dos posibles vías en la construcción de la identidad subjetiva. Dos formas de relato, de escritura, que confrontan al sujeto con una verdad posible y un sentido producido. Nos referimos al sueño y su relato, como vía regia de acceso al inconsciente, y la autobiografía, en tanto posible género discursivo, productor de un decir, cuya semiosis se vale de significantes alojados en la red lógica conciente e inconsciente de su autor, pero con la intención de hacerlo social.
Es decir, se tomará el sueño como parte del dormir y a la vigilia como momento del despertar, para poder reconocer la función del relato del mismo en un psicoanálisis y sus efectos en ese “despertar”, en el sentido del acceso a un saber subjetivo. Al mismo tiempo, se abordará la ligazón de elementos significantes que retornan en la escritura autobiográfica nutridos, en parte, por la escena onírica pero, a su vez, como expresión que pone límites a las rupturas del mundo de los sueños.
Para ello, se recurrirá a quien utilizó por primera vez el relato del sueño como vía de acceso al inconsciente, Sigmund Freud, y su doble propuesta sobre la interpretación[1] del sueño: como guardián del dormir y, por lo tanto, cumplimiento de deseos y como sueño traumático, en tanto sueño de repetición que apunta a ligar lo horroroso y angustiante, en un intento por simbolizar lo indecible. Se hará referencia, además, a la posición lacaniana de tomar al sueño como una escritura que permite ser leída e interpretada con el fin de descifrar un sentido oculto.
Así, se intentará ensayar una aproximación entre lo anterior y el espacio autobiográfico con la ayuda de autores han trabajado el género autobiográfico y su raigambre en la construcción de la identidad subjetiva.
Partiremos de considerar la relación que realiza Madeleine Foisil entre la escritura sobre lo íntimo develada socialmente y su efecto de garantía de verdad al momento del surgimiento del género autobiográfico en el siglo XVIII.
Se introducirá, además, la pertinencia de considerar la autobiografía como género, en el sentido bajtiniano, a partir de la lectura de Paul de Man para, finalmente, analizar con Arfuch el efecto organizador a nivel de lo identitario que tendría lo autobiográfico, recurriendo al ejemplo de dos cuentos de J. L. Borges: Funes, el memorioso y El sur.
El sentido de los sueños
Un sueño es una “formación del inconsciente” (Lacan, 1995b) y es planteado desde el discurso psicoanalítico como una escritura pasible de ser leída y analizada. Un sueño es algo que se presenta como imágenes pero que se inscribe y lee como escritura y que puede, a su vez, ser pensado como la presencia de varios textos en un mismo texto, es decir, desde la noción de intertextualidad planteada y retomada, a partir de Bajtin, por varios autores.
El 23 de julio de 1895, Freud soñó con una paciente suya, analizó profundamente este sueño y sentó las bases de su obra La interpretación de los sueños (Traumdeutung) y de la teoría psicoanalítica en general.
A Freud los aspectos fisiológicos del sueño no le interesaban, se los dejaba a los biólogos y fisiólogos. El se ocupó de otra cosa, concretamente de interpretar a los sueños como vía privilegiada de acceso a lo más profundo del inconsciente. Sus pacientes le hablaban en sus sesiones de sus sueños y en lugar de restarles importancia por su carácter aparentemente absurdo, prefirió investigar.
La primera evidencia impresa del interés de Freud por los sueños aparece en una larga nota a pie de página en el primero de sus historiales clínicos, el de la Sra. Emmy von N. incluido en los Estudios sobre la Histeria y en el párrafo en que se refiere a la cuestión de los sueños, dice lo siguiente:
“No hace mucho, por observaciones en otro ámbito, he podido convencerme del poder que posee esa compulsión a asociar. Durante varias semanas debí trocar mi lecho habitual por uno más duro, en el cual es probable que soñara más o con mayor vivacidad, o quizás era solo que no podía alcanzar la profundidad normal en mi dormir. En el primer cuarto de hora tras despertar yo sabía de todos mis sueños de la noche, y me tomé el trabajo de ponerlos por escrito y ensayar su solución. Conseguí reconducir todos esos sueños a dos factores: 1) al constreñimiento de finiquitar aquellas representaciones en las que durante el día me había demorado sólo pasajeramente, que sólo habían sido rozadas y no tramitadas, y 2) a la compulsión a enlazar unas con otras las cosas presentes en el mismo estado de conciencia. Lo carente de sentido y contradictorio de los sueños se reconducía al libre imperio del segundo factor”. (Freud, 1993a: 89)
Este interés culminó en la edición de su libro, como dijimos, La interpretación de los sueños, en el año 1900. Este texto siempre fue considerado por Freud como su obra más importante, a pesar de la depresión, refiere su editor James Strachey, que siguió a la casi total indiferencia con que fue recibido el libro (en los primeros seis años
sólo se vendieron 351 ejemplares). Dice Freud en su prólogo a la tercera edición inglesa “un insight como este, no nos cabe en suerte sino una vez en la vida” (Freud, 1993b: 7).
Freud sostiene, en este texto, que el sueño es un fenómeno psíquico, que es interpretable y aunque parezca absurdo, siempre tiene un sentido. El sueño sirve para Freud, ante todo, para garantizar la continuidad del dormir mediante la satisfacción alucinatoria de los deseos. Estos deseos resultan, en su mayoría, infantiles y moralmente inaceptables de modo que deben disfrazarse, desfigurarse para sortear la censura. Esto hace que lo que recordamos del sueño -lo que Freud llama el contenido manifiesto- parezca a veces absurdo y sin sentido. Aun así, el contenido manifiesto es sólo una parte de lo que realmente soñamos. Existe una enorme cantidad de material onírico que no recordamos, porque la censura se ocupa, no sólo de disfrazarlo, sino también, de borrarlo (Freud, 1993b).
Posteriormente, esta función que Freud le otorga al sueño de “guardián del dormir” será reconsiderada. Efectivamente, en 1920 reformulará su teoría a partir de analizar el fenómeno de los sueños traumáticos, en tanto ya no podrá considerarlos como cumplimiento de deseos. Freud tampoco considerará de esta manera a los sueños que se presentan en los psicoanálisis y que devuelven el recuerdo de los traumas psíquicos de la infancia. Estos sueños, más bien obedecen, señalará Freud, a la compulsión de repetición que, en un análisis, se apoya en el deseo de convocar lo olvidado y reprimido.
No obstante, desde el inicio de sus investigaciones, para explicar el sentido de los sueños, Freud (1993b) demuestra que los mismos son susceptibles de una interpretación. Señala que interpretar un sueño significa hallar su sentido y hace notar cómo las teorías científicas sobre los sueños no dejan lugar a la interpretación, ya que, para ellas, estos no son actos anímicos, sino procesos somáticos.
Indica también, que muy diferente fue la opinión de los profanos en todos los tiempos, quienes sostuvieron siempre, que el sueño tiene un sentido oculto y para quienes no había más que develar, de manera acertada, ese sustituto para alcanzar su significado. Sin embargo, rescata uno de estos métodos, refiriéndose al mismo, en una de las tantas y largas notas al pie de página, como una versión, para él interesante, del procedimiento profano. Este es la Oneirocritica o “Clave de los sueños” de Artemidoro Daldiano.
Lo interesante de este método, dice Freud, es que aquí no se atiende sólo al contenido del sueño (como en otros métodos profanos), sino también a la persona, de modo tal, que el mismo elemento onírico tiene significado diferente para cada sujeto.
Tampoco se toma a la totalidad del sueño como un conglomerado, sino a cada uno de los fragmentos en sí, cuyos bloques constitutivos reclaman un destino particular.
Freud admite que este método implica estar, una vez más, frente a uno de esos casos en que una creencia popular antiquísima mantenida con tenacidad parece aproximarse más a la verdad de las cosas que el juicio de la ciencia que hoy tiene valor.
Así, explica cómo llega a su propio procedimiento de interpretación. Cuenta que sus pacientes, a quienes él había comprometido a comunicarle todas las ocurrencias y pensamientos que acudiesen a ellos, le contaban sus sueños y así le enseñaron, dice, que un sueño puede insertarse en el encadenamiento psíquico que se persigue (Freud, 1993b).
Para Freud, la fantasía onírica carece de un lenguaje abstracto, por el contrario, representa plásticamente aquello que quiere expresar, y dado que de este modo no pueden los conceptos ejercer una acción debilitante, crea imágenes de intensa y plena plasticidad. De esta manera, el lenguaje de un sueño, por claro que éste sea, deviene ampuloso, pesado y torpe. En ese sentido, el sueño presenta una “peculiar repugnancia” a expresar un objeto por la imagen correspondiente, prefiriendo escoger otra imagen distinta, en tanto y en cuanto, le es posible expresar por medio de la misma, aquella parte, estado o situación que del objeto le interesa exclusivamente representar. Esta es la actividad simbólica del sueño (1993b).
Para averiguar el significado de los sueños, Freud los somete a un penetrante y minucioso análisis, tal como lo plantea su método. El análisis de este sueño le parece tan importante que a posteriori de la publicación de La interpretación de los sueños, en una carta a su amigo Fliess “jugará” -nunca lo hacía gratuitamente, dirá Lacan- imaginando que algún día se colocaría sobre la puerta de su casa de campo de Bellevue, donde ocurre este sueño, una placa que diría lo siguiente: “Aquí, el 24 de julio de 1895, por primera vez el enigma del sueño fue desentrañado por Sigmund Freud.” (Schur, 1984). Esta placa, efectivamente, está puesta en la actualidad.
Por otro lado, Freud (1993b) señala que el sueño debe leerse como un jeroglífico, esto implica decir que la imagen no vale como una figura, como signo figurado, sino como una escritura. Lacan nos ayuda a entender esto.
Para Lacan (1995a), la posibilidad que la imagen onírica ofrece, al ser puesta en palabras y por lo tanto, leída e interpretada, es la de demostrar la articulación de la dimensión de lo simbólico con lo imaginario.
La escritura, la letra para Lacan, es de manera electiva una presentificación de lo simbólico, es algo para descifrar, cuyo sentido está oculto. Lacan recurre a la letra para marcar la presencia de la escritura en el sueño. La letra no es más que otro nombre del significante, el nombre de éste cuando está separado de la significación. Dirá que el significante es “tonto” porque todas las significaciones están en otra parte y “entonces queda allí, sin tener mucho para decirnos por sí mismo” (Lacan en Miller, 2000: 87).
Lacan llama a esto significancia y propone como traducción para la Traumdeutung, la significancia del sueño. Para Lacan, hay allí lectura, escritura del sueño, por eso habla de operación analítica de lectura.
El sueño como texto
Todo autor al escribir un texto utiliza una multiplicidad de estrategias intertextuales, procedimientos que implican relacionar el propio texto con otros escritos y que generan un tejido fundamental que permite comprender el texto que se está leyendo. Para Julia Kristeva y desde la teoría de Bajtin, todo texto se construye como mosaico de citas, al tiempo que todo texto es absorción y transformación de otro texto (Kristeva, 1997). Sin embargo un texto no se limita solamente a su dimensión consciente. El espacio textual implícito puede funcionar, en el sentido de Kristeva, como una dimensión de lo inconsciente del texto, desde este lugar, e independientemente del sujeto-autor, el trabajo del texto se superpone, para la autora, con lo que Freud llama el trabajo del sueño Traumarbeit.
Para Freud el trabajo del sueño es el conjunto de operaciones que transforman el material del sueño (restos diurnos, pensamientos del sueño, estímulos corporales) en un producto, es decir el contenido manifiesto, lo que el soñante recuerda. El efecto de este trabajo es la deformación. Para Freud no es este un trabajo creador, sino que se contenta con transformar el material psíquico. Sin embargo, es este trabajo y no el contenido latente (lo inconsciente) lo que constituye la esencia del sueño.
Freud utiliza, como vimos, sueños ajenos y propios como elementos intertextuales (Angenot, 1998) para hacer más profundamente comprensible su propio texto. Así, vemos como a lo largo de La interpretación de los sueños relata los sueños de sus pacientes pero también los propios para dar consistencia empírica a las formulaciones teóricas que presenta en éste, logrando así un tejido fundamental basado en fragmentos de textos oníricos. Un mosaico intertextual en donde la presencia de textos producto del inconciente[2] da sustento al texto teórico.
Desde este lugar, el discurso psicoanalítico surge no sólo a partir de una praxis, ejercida por su fundador, sino también desde su propia posición como sujeto. Freud supo poner en valor el sueño como producto del inconciente. Así, los sueños, trabajados como textos, terminaron por convertirse en la via regia hacia el conocimiento de lo mas velado del ser humano, su inconsciente.
En el siguiente apartado veremos cómo la escena onírica y su relato se encuentran y de algún modo, se cruzan en algunos aspectos, con la autobiografía como espacio constitutivo de la subjetividad.
El espacio autobiográfico
El surgimiento de los géneros autobiográficos que consideramos "canónicos" tiene un origen histórico preciso, el siglo XVIII, con un punto de partida consensuadamente aceptado: “Las Confesiones” de Rousseau, donde por primera vez, se asumía un "yo" de un mundo privado como opuesto de lo social.
De esta manera, lo público y lo privado se empiezan a definir en la literatura moderna, como espacios antagónicos del mundo burgués, articulados a otros dualismos: sentimiento/razón, cuerpo/espíritu, hombre/mujer (Arfuch, 2002).
Madeleine Foisil nos recuerda que la autobiografía se insertaba en toda una trama de escrituras, diarios íntimos, correspondencias, novelas epistolares, con igual peso que las prácticas de la razón política, en lo que fue el afianzamiento del capitalismo. Lo que se lograba con estas prácticas en donde lo íntimo, lo familiar, lo emocional, el deseo y lo prohibido se ponían sobre el tapete, era un efecto de verdad. Donde la visión y la palabra del sujeto se presentan como garantías de verdad de lo que se dice, frente a criterios generales (Goulemot, 1987). De esta manera y a través de la primera persona, el narrador se presentaba como garante de sus enunciados, y de su propia verdad.
Por su parte, Lejeune plantea la autobiografía como un relato retrospectivo en prosa que alguien hace de su propia existencia insistiendo, principalmente, en su vida individual, sobre todo, en la historia de su personalidad” (en Foisil, 1987).
Esto nos remite a la noción de identidad narrativa de Paul Ricoeur, quien la define “como la narración escrita u oral que una persona hace de sí misma y para sí misma” (en Robin, s/r).
Desde este lugar, autores como Paul de Man analizan la autobiografía como desfiguración. Para éste, la autobiografía no sería, precisamente, un género literario, no tiene la envergadura de los otros géneros, tales como la comedia, la poesía, la tragedia, aunque la misma sea perteneciente a un gran genio. En este punto, resulta pertinente detenernos, un momento, en el concepto de género discursivo definido por Bajtin.
A partir del concepto de lenguaje social Bajtín (1995) desprende el concepto de “género discursivo”, un concepto operatorio que el autor sugiere para el análisis del discurso. En Estética de la creación verbal, Bajtín define a los géneros discursivos, incluyendo las siguientes propiedades: 1) Tema o contenido, 2) estilo, 3) composición o estructura específica. Cada enunciado determinado “es individual y sin embargo cada esfera de uso de la lengua elabora sus relativamente estables tipos de enunciados”, denominados por Bajtín géneros discursivos.
Bajtín divide los géneros discursivos en primarios y secundarios. Los primeros surgen de la interacción directa del discurso con las situaciones cotidianas: trabajo, descanso, relaciones dentro de las instituciones, etc. Los secundarios surgen dentro del campo de la comunicación cultural y abarcan los géneros primarios como material de referencia.
“Los géneros discursivos secundarios (complejos) – a saber, novelas, dramas, investigaciones científicas de toda clase, grandes géneros periodísticos, etc.- surgen en condiciones de la comunicación cultural más compleja, relativamente más desarrollada y organizada, principalmente escrita: comunicación artística, científica, sociopolítica, etc. En el proceso de formación estos géneros absorben y reelaboran toda clase de géneros primarios (simples) constituidos en la comunicación discursiva inmediata” (de Man, s/r)
Sin embargo, para de Man, al convertir la autobiografía en un género, se la eleva por encima de la categoría literaria del mero reportaje, la crónica o la memoria y se le hace un sitio, si bien modesto, entre las jerarquías canónicas de los géneros literarios mayores. Esto implica cierta dificultad, ya que “comparada con la tragedia, la épica o la poesía lírica, la autobiografía siempre parece deshonrosa y autocomplaciente de una manera que puede ser sintomática de su incompatibilidad con la dignidad monumental de los valores estéticos” (de Man, s/r).
Paul de Man asume que la vida produce la autobiografía como un acto produce sus consecuencias, pero se pregunta si no es posible suponer que, tal vez, el proyecto autobiográfico determina la vida y que lo que el escritor hace, ya está gobernado por los requisitos técnicos del autorretrato y está, por lo tanto, determinado por los recursos de su medio.
Esto nos lleva a la propuesta de Benveniste (1975) cuando sostiene que es a partir del lenguaje que el hombre se constituye como sujeto, porque “el sólo lenguaje funda en realidad. En su realidad que es la del ser, el concepto de “ego”. La subjetividad es la capacidad del locutor de plantearse como sujeto. El lenguaje no es posible sino porque cada locutor se pone como sujeto y remite a sí mismo como yo en su discurso.
Por otra parte, Benveniste sostiene que el lenguaje no se distingue nunca de una socialidad, tomando al lenguaje en, lo que Barthes llama, sus concomitancias, es decir, el trabajo, la historia, la cultura, las instituciones, en otras palabras, lo que constituye la realidad del hombre. Estos aspectos son los que desde el psicoanálisis consideramos como determinantes en los procesos identificatorios que constituyen al sujeto. En ese sentido, la sociedad es, precisamente, sociedad porque habla. El individuo no es anterior al lenguaje, sino que se convierte en individuo en tanto habla, por eso, no hay más que interlocutores.
La autobiografía entonces, y volviendo a de Man, no sería un género, sino una figura de lectura que se da, hasta cierto punto, en todo texto. Se genera así, para éste, una estructura especular interiorizada en todo texto en que el autor se declara sujeto de su propio entendimiento. Por otro lado, el interés de la autobiografía no radica en que ofrece un conocimiento veraz de uno mismo (ya que no lo hace) sino en que demuestra, de manera sorprendente, la imposibilidad de totalización de todo sistema textual conformado por sustituciones tropológicas.
De cualquier manera, ya sea que consideremos la autobiografía como un género discursivo o que adhiramos a las tesis de de Man y la consideremos simplemente una figura de lectura que se da de alguna manera en todo texto, lo que no se puede negar es su valor como organizador de la propia vida.
En efecto, en su trabajo subjetividad e (in)visibilidad mediática, Arfuch (2002a) sostiene que lo que impulsa, por un lado, a esta mostración del yo y por el otro, al consumo adictivo de la vida de los otros, tiene que ver con lo que Bajtin denominó “valor biográfico” en el sentido de que el mismo opera como un principio organizativo de la narración sobre la vida, es decir, "ordena la vivencia de la vida misma y la narración de la propia vida de uno, este valor puede ser la forma de comprensión, visión y expresión de la propia vida” (Bajtin en Arfuch, 2002a). Esto tiene que ver con la necesidad narrativa de dar forma y proponer un orden a lo que no lo tiene por sí mismo.
En este sentido, este terreno, el de lo autobiográfico es de límites difusos y para esta autora es imposible separar lo biográfico de lo autobiográfico, debido el carácter igualmente ficcional de ambos registros. Estas reflexiones de Arfuch, podrían ser pensadas también, en el sentido inverso, es decir, cuando la ficción tiene mucho de autobiográfico.
Borges es un claro ejemplo de esto. Dos de sus cuentos, Funes, el memorioso y El sur, guardan explícitas referencias autobiográficas.
Así, el personaje de Funes plasma dentro del texto, la cristalización de máscaras de orígenes diversos (literarias, espaciales, temporales) entendidas como los diferentes modos de actuar de su autor, portador de una verdad, que enfrenta por medio de la literatura, asumiendo una dimensión autobiográfica.
En ese sentido, es posible pensar que Funes, el memorioso le permitió a Borges, después de la muerte de su padre y de su propio accidente, en la Navidad de l938, elaborar aspectos de esa relación y despertar, con mayor libertad y lucidez a los artificios de la ficción.
Borges mismo consideró al cuento como "una larga metáfora del insomnio". Sin embargo, Funes, el memorioso parece ser más que ello. En una entrevista al hablar de este cuento, Borges diría: "Y ahora viene un detalle psicoanalítico: cuando yo escribí ese cuento se me acabó el insomnio. Como si hubiera encontrado un símbolo adecuado para el insomnio y me liberara de él mediante ese cuento" (en Gilio, 1976).
Y es aquí donde se hace evidente el cruce del espacio autobiográfico con el sueño y su interpretación a partir de su relato. Desde este lugar, no es casual que Freud escribiera La interpretación de los sueños en pleno duelo por la muerte de su padre y en el medio de la crisis de la relación con su entrañable amigo Fliess, siendo el análisis de este sueño lo que le posibilitará profundos descubrimientos subjetivos y teóricos. Como dijimos, muchos de los sueños que sirven como ejemplos en esta extensa obra son del propio Freud. Es un texto en donde el inconsciente “se muestra”, incluso el suyo, como no lo hará en ningún otro, ni siquiera en su Presentación Autobiográfica.
Es por ello, que al comenzar la misma, Freud dice: “para mi resulta más ardua la labor, pues en los repetidos trabajos de este género que tengo ya publicados he tropezado siempre con que la especial naturaleza del tema obligaba hablar de mi mismo mas de lo que generalmente es costumbre o se juzga necesario” (Freud, 1995c: 5).
El relato del sueño, la autobiografía y el “saber hacer”.
De esta manera, lo público y lo privado se empiezan a definir en la literatura moderna, como espacios antagónicos del mundo burgués, articulados a otros dualismos: sentimiento/razón, cuerpo/espíritu, hombre/mujer (Arfuch, 2002).
Madeleine Foisil nos recuerda que la autobiografía se insertaba en toda una trama de escrituras, diarios íntimos, correspondencias, novelas epistolares, con igual peso que las prácticas de la razón política, en lo que fue el afianzamiento del capitalismo. Lo que se lograba con estas prácticas en donde lo íntimo, lo familiar, lo emocional, el deseo y lo prohibido se ponían sobre el tapete, era un efecto de verdad. Donde la visión y la palabra del sujeto se presentan como garantías de verdad de lo que se dice, frente a criterios generales (Goulemot, 1987). De esta manera y a través de la primera persona, el narrador se presentaba como garante de sus enunciados, y de su propia verdad.
Por su parte, Lejeune plantea la autobiografía como un relato retrospectivo en prosa que alguien hace de su propia existencia insistiendo, principalmente, en su vida individual, sobre todo, en la historia de su personalidad” (en Foisil, 1987).
Esto nos remite a la noción de identidad narrativa de Paul Ricoeur, quien la define “como la narración escrita u oral que una persona hace de sí misma y para sí misma” (en Robin, s/r).
Desde este lugar, autores como Paul de Man analizan la autobiografía como desfiguración. Para éste, la autobiografía no sería, precisamente, un género literario, no tiene la envergadura de los otros géneros, tales como la comedia, la poesía, la tragedia, aunque la misma sea perteneciente a un gran genio. En este punto, resulta pertinente detenernos, un momento, en el concepto de género discursivo definido por Bajtin.
A partir del concepto de lenguaje social Bajtín (1995) desprende el concepto de “género discursivo”, un concepto operatorio que el autor sugiere para el análisis del discurso. En Estética de la creación verbal, Bajtín define a los géneros discursivos, incluyendo las siguientes propiedades: 1) Tema o contenido, 2) estilo, 3) composición o estructura específica. Cada enunciado determinado “es individual y sin embargo cada esfera de uso de la lengua elabora sus relativamente estables tipos de enunciados”, denominados por Bajtín géneros discursivos.
Bajtín divide los géneros discursivos en primarios y secundarios. Los primeros surgen de la interacción directa del discurso con las situaciones cotidianas: trabajo, descanso, relaciones dentro de las instituciones, etc. Los secundarios surgen dentro del campo de la comunicación cultural y abarcan los géneros primarios como material de referencia.
“Los géneros discursivos secundarios (complejos) – a saber, novelas, dramas, investigaciones científicas de toda clase, grandes géneros periodísticos, etc.- surgen en condiciones de la comunicación cultural más compleja, relativamente más desarrollada y organizada, principalmente escrita: comunicación artística, científica, sociopolítica, etc. En el proceso de formación estos géneros absorben y reelaboran toda clase de géneros primarios (simples) constituidos en la comunicación discursiva inmediata” (de Man, s/r)
Sin embargo, para de Man, al convertir la autobiografía en un género, se la eleva por encima de la categoría literaria del mero reportaje, la crónica o la memoria y se le hace un sitio, si bien modesto, entre las jerarquías canónicas de los géneros literarios mayores. Esto implica cierta dificultad, ya que “comparada con la tragedia, la épica o la poesía lírica, la autobiografía siempre parece deshonrosa y autocomplaciente de una manera que puede ser sintomática de su incompatibilidad con la dignidad monumental de los valores estéticos” (de Man, s/r).
Paul de Man asume que la vida produce la autobiografía como un acto produce sus consecuencias, pero se pregunta si no es posible suponer que, tal vez, el proyecto autobiográfico determina la vida y que lo que el escritor hace, ya está gobernado por los requisitos técnicos del autorretrato y está, por lo tanto, determinado por los recursos de su medio.
Esto nos lleva a la propuesta de Benveniste (1975) cuando sostiene que es a partir del lenguaje que el hombre se constituye como sujeto, porque “el sólo lenguaje funda en realidad. En su realidad que es la del ser, el concepto de “ego”. La subjetividad es la capacidad del locutor de plantearse como sujeto. El lenguaje no es posible sino porque cada locutor se pone como sujeto y remite a sí mismo como yo en su discurso.
Por otra parte, Benveniste sostiene que el lenguaje no se distingue nunca de una socialidad, tomando al lenguaje en, lo que Barthes llama, sus concomitancias, es decir, el trabajo, la historia, la cultura, las instituciones, en otras palabras, lo que constituye la realidad del hombre. Estos aspectos son los que desde el psicoanálisis consideramos como determinantes en los procesos identificatorios que constituyen al sujeto. En ese sentido, la sociedad es, precisamente, sociedad porque habla. El individuo no es anterior al lenguaje, sino que se convierte en individuo en tanto habla, por eso, no hay más que interlocutores.
La autobiografía entonces, y volviendo a de Man, no sería un género, sino una figura de lectura que se da, hasta cierto punto, en todo texto. Se genera así, para éste, una estructura especular interiorizada en todo texto en que el autor se declara sujeto de su propio entendimiento. Por otro lado, el interés de la autobiografía no radica en que ofrece un conocimiento veraz de uno mismo (ya que no lo hace) sino en que demuestra, de manera sorprendente, la imposibilidad de totalización de todo sistema textual conformado por sustituciones tropológicas.
De cualquier manera, ya sea que consideremos la autobiografía como un género discursivo o que adhiramos a las tesis de de Man y la consideremos simplemente una figura de lectura que se da de alguna manera en todo texto, lo que no se puede negar es su valor como organizador de la propia vida.
En efecto, en su trabajo subjetividad e (in)visibilidad mediática, Arfuch (2002a) sostiene que lo que impulsa, por un lado, a esta mostración del yo y por el otro, al consumo adictivo de la vida de los otros, tiene que ver con lo que Bajtin denominó “valor biográfico” en el sentido de que el mismo opera como un principio organizativo de la narración sobre la vida, es decir, "ordena la vivencia de la vida misma y la narración de la propia vida de uno, este valor puede ser la forma de comprensión, visión y expresión de la propia vida” (Bajtin en Arfuch, 2002a). Esto tiene que ver con la necesidad narrativa de dar forma y proponer un orden a lo que no lo tiene por sí mismo.
En este sentido, este terreno, el de lo autobiográfico es de límites difusos y para esta autora es imposible separar lo biográfico de lo autobiográfico, debido el carácter igualmente ficcional de ambos registros. Estas reflexiones de Arfuch, podrían ser pensadas también, en el sentido inverso, es decir, cuando la ficción tiene mucho de autobiográfico.
Borges es un claro ejemplo de esto. Dos de sus cuentos, Funes, el memorioso y El sur, guardan explícitas referencias autobiográficas.
Así, el personaje de Funes plasma dentro del texto, la cristalización de máscaras de orígenes diversos (literarias, espaciales, temporales) entendidas como los diferentes modos de actuar de su autor, portador de una verdad, que enfrenta por medio de la literatura, asumiendo una dimensión autobiográfica.
En ese sentido, es posible pensar que Funes, el memorioso le permitió a Borges, después de la muerte de su padre y de su propio accidente, en la Navidad de l938, elaborar aspectos de esa relación y despertar, con mayor libertad y lucidez a los artificios de la ficción.
Borges mismo consideró al cuento como "una larga metáfora del insomnio". Sin embargo, Funes, el memorioso parece ser más que ello. En una entrevista al hablar de este cuento, Borges diría: "Y ahora viene un detalle psicoanalítico: cuando yo escribí ese cuento se me acabó el insomnio. Como si hubiera encontrado un símbolo adecuado para el insomnio y me liberara de él mediante ese cuento" (en Gilio, 1976).
Y es aquí donde se hace evidente el cruce del espacio autobiográfico con el sueño y su interpretación a partir de su relato. Desde este lugar, no es casual que Freud escribiera La interpretación de los sueños en pleno duelo por la muerte de su padre y en el medio de la crisis de la relación con su entrañable amigo Fliess, siendo el análisis de este sueño lo que le posibilitará profundos descubrimientos subjetivos y teóricos. Como dijimos, muchos de los sueños que sirven como ejemplos en esta extensa obra son del propio Freud. Es un texto en donde el inconsciente “se muestra”, incluso el suyo, como no lo hará en ningún otro, ni siquiera en su Presentación Autobiográfica.
Es por ello, que al comenzar la misma, Freud dice: “para mi resulta más ardua la labor, pues en los repetidos trabajos de este género que tengo ya publicados he tropezado siempre con que la especial naturaleza del tema obligaba hablar de mi mismo mas de lo que generalmente es costumbre o se juzga necesario” (Freud, 1995c: 5).
El relato del sueño, la autobiografía y el “saber hacer”.
Los desarrollos de la lingüística, la teoría literaria y el psicoanálisis, así como el devenir de los relatos de ficción han trabajado en la confusión de los límites, conspirando contra ciertas creencias, desengañándonos de la ilusión de transparencia, de verdad. Ya no creemos tanto en la autenticidad de la propia historia.
Sin embargo, también, podríamos decir lo contrario, sostiene Arfuch. Lo que importa en la actualidad no es la verdad sino las estrategias de representación. Ese "contrato de identidad sellado por el nombre propio", como garantía de autenticidad para el lector, al que Lejeune (en Arfuch, 2002b) llamó " el pacto autobiográfico", sigue vigente.
Esto porque, como señala Zizek (1998), lo social es siempre un terreno incongruente, estructurado en torno a una imposibilidad constitutiva, atravesado por un "antagonismo" central, Real. Imposibilidad de decirlo todo que, en clave lacaniana, significa lo que queda fuera del lenguaje, de lo simbólico. Es decir, lo Real, el goce.
Por ello, Zizek piensa la cultura actual como una manera de domesticar la pulsión de muerte, siempre ligada al goce, en el sentido de que toda cultura es, en cierto modo, una formación-reacción, un intento de limitar, de canalizar ese desequilibrio, ese núcleo traumático vinculado a la imposibilidad (Zizek, 1998). Y este es un lugar que ocupan los relatos autobiográficos y el relato producto de la escena onírica.
Tanto para Freud como para Derrida (1986) – si bien desde distintos modos de concepción o articulación teórica- el inconsciente debe ser definido a partir del lenguaje. Para Derrida el descubrimiento freudiano replantea y hace resurgir el problema mismo de la escritura, es decir, el inconsciente presentifica la escena misma de la escritura. Desde este lugar, el relato-escritura del sueño y el texto autobiográfico cobran un lugar protagónico en la dimensión subjetiva inconsciente.
El sueño como síntoma, en tanto formación de compromiso entre lo reprimido y lo permitido y la autobiografía como escritura, destinada al espacio social, que implica un “saber hacer”, savoir faire del sujeto con su goce (Lacan, 1975-76) -el goce, en tanto núcleo escondido en todo síntoma- nos llevan a la evidencia del trabajo del inconsciente y de su trama dispar.
Desde este lugar, dando un paso más y de la mano de Lacan, nos encontramos con que el sueño, mas allá de ser un mero guardián del dormir, ayuda, a partir de su interpretación, al sujeto a “despertar” y despertar en el sujeto explica el paso de la ignorancia al conocimiento (Lacan, 1995a). Un “saber” que el sujeto, seguramente, también adquirirá luego de escribir y dar a conocer, en su versión autobiográfica, la trama de su vida.
Para concluir...
Podemos decir, con Bourdieu (1986), que el relato autobiográfico está inspirado siempre en la inquietud de dar sentido, o razón a la propia existencia. Hay una inclinación a sentirse ideólogo de la propia vida seleccionando ciertos acontecimientos significativos y estableciendo entre ellos conexiones apropiadas para darles coherencia.
En tal sentido, y desde el aporte psicoanalítico, podemos pensar que este intento de apropiación, a partir de la escritura de la vida de uno, vida en donde las repeticiones, los síntomas y el goce individual tienen lugar, es una forma de ponerle tope, de “abrochar” algo de ese deslizamiento incesante que implica el propio devenir. Sabemos que lo que se escribe, se anuda, hace anclaje y le otorga al sujeto un cierto saber sobre sí. Esto es lo que ocurre con la escritura autobiográfica pero también, con el soñar y su posterior interpretación.
En una época, la actual, en la cual muchos ideales han caído, el vacío y la “no relación” cristalizan la posibilidad de la conexión con el otro, las narrativas del yo parecieran ocupar un espacio de identificaciones y respuestas a lo imposible, a lo no dicho, a lo no simbolizado.
El sueño, como escritura y material de análisis, aproxima al sujeto a fragmentos de verdad. El espacio autobiográfico inserto en la subjetividad contemporánea, continua alojando sujetos. Sujetos que tienen algo para decir y sujetos buscadores, por otras vías, también, de alguna verdad.
Bibliografía
- Angenot, M. (1998) Interdiscursividades. De hegemonías y disidencias, Córdoba: Editorial Universidad Nacional de Córdoba.
- Arfuch, L. (2002ª) “ Subjetividad e (in)visibilidad mediática” en Revista Signo &Seña N° 12, Buenos Aires: Facultad de FF y L.
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- Lacan, J. (1995a) “El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica” en El Seminario, Libro 2, Buenos Aires: Paidós.
- Lacan, J. (1995b) “Las formaciones del inconsciente en El Seminario, Libro 11, Buenos Aires: Paidós.
- Lacan, J., (1975-76) “El sinthoma”, Seminario 23, inédito (Versión completa de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Traducción y notas de Ricardo E. Rodríguez Ponte).
- Massotta, O. (1976) Ensayos Lacanianos, Barcelona: Editorial Anagrama.
- Miller, J. A. (2000) El lenguaje, aparato del goce, Buenos Aires: Colección Diva.
- Robin, R. (S/r) Identidad, memoria y relato. La imposible narración de sí mismo, Buenos Aires: Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
- Schur, M. (1984) Sigmund Freud. Enfermedad y muerte en su vida y en su obra, Buenos Aires: Paidós.
- Zizek Z., (1998) "Multiculturalismo o la lógica cultural del Capitalismo multinacional", en Estudios culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo, Buenos Aires: Paidós.
[1] Nos referimos aquí al significado que le da el psicoanálisis a la interpretación, es decir, la deducción por medio de la investigación analitica del sentido latente en las manifestaciones verbales y de comportamiento de un sujeto. La interpretación apunta al develamiento del inconciente y en la cura responde a un tipo de intervención hecha al sujeto según reglas impuestas por su direccion y evolución.
[2] Tanto los sueños como los chistes, los lapsus eincluso los sintomas, son considerados por la teoria psicoanalitica como formaciones del inconciente.
Sin embargo, también, podríamos decir lo contrario, sostiene Arfuch. Lo que importa en la actualidad no es la verdad sino las estrategias de representación. Ese "contrato de identidad sellado por el nombre propio", como garantía de autenticidad para el lector, al que Lejeune (en Arfuch, 2002b) llamó " el pacto autobiográfico", sigue vigente.
Esto porque, como señala Zizek (1998), lo social es siempre un terreno incongruente, estructurado en torno a una imposibilidad constitutiva, atravesado por un "antagonismo" central, Real. Imposibilidad de decirlo todo que, en clave lacaniana, significa lo que queda fuera del lenguaje, de lo simbólico. Es decir, lo Real, el goce.
Por ello, Zizek piensa la cultura actual como una manera de domesticar la pulsión de muerte, siempre ligada al goce, en el sentido de que toda cultura es, en cierto modo, una formación-reacción, un intento de limitar, de canalizar ese desequilibrio, ese núcleo traumático vinculado a la imposibilidad (Zizek, 1998). Y este es un lugar que ocupan los relatos autobiográficos y el relato producto de la escena onírica.
Tanto para Freud como para Derrida (1986) – si bien desde distintos modos de concepción o articulación teórica- el inconsciente debe ser definido a partir del lenguaje. Para Derrida el descubrimiento freudiano replantea y hace resurgir el problema mismo de la escritura, es decir, el inconsciente presentifica la escena misma de la escritura. Desde este lugar, el relato-escritura del sueño y el texto autobiográfico cobran un lugar protagónico en la dimensión subjetiva inconsciente.
El sueño como síntoma, en tanto formación de compromiso entre lo reprimido y lo permitido y la autobiografía como escritura, destinada al espacio social, que implica un “saber hacer”, savoir faire del sujeto con su goce (Lacan, 1975-76) -el goce, en tanto núcleo escondido en todo síntoma- nos llevan a la evidencia del trabajo del inconsciente y de su trama dispar.
Desde este lugar, dando un paso más y de la mano de Lacan, nos encontramos con que el sueño, mas allá de ser un mero guardián del dormir, ayuda, a partir de su interpretación, al sujeto a “despertar” y despertar en el sujeto explica el paso de la ignorancia al conocimiento (Lacan, 1995a). Un “saber” que el sujeto, seguramente, también adquirirá luego de escribir y dar a conocer, en su versión autobiográfica, la trama de su vida.
Para concluir...
Podemos decir, con Bourdieu (1986), que el relato autobiográfico está inspirado siempre en la inquietud de dar sentido, o razón a la propia existencia. Hay una inclinación a sentirse ideólogo de la propia vida seleccionando ciertos acontecimientos significativos y estableciendo entre ellos conexiones apropiadas para darles coherencia.
En tal sentido, y desde el aporte psicoanalítico, podemos pensar que este intento de apropiación, a partir de la escritura de la vida de uno, vida en donde las repeticiones, los síntomas y el goce individual tienen lugar, es una forma de ponerle tope, de “abrochar” algo de ese deslizamiento incesante que implica el propio devenir. Sabemos que lo que se escribe, se anuda, hace anclaje y le otorga al sujeto un cierto saber sobre sí. Esto es lo que ocurre con la escritura autobiográfica pero también, con el soñar y su posterior interpretación.
En una época, la actual, en la cual muchos ideales han caído, el vacío y la “no relación” cristalizan la posibilidad de la conexión con el otro, las narrativas del yo parecieran ocupar un espacio de identificaciones y respuestas a lo imposible, a lo no dicho, a lo no simbolizado.
El sueño, como escritura y material de análisis, aproxima al sujeto a fragmentos de verdad. El espacio autobiográfico inserto en la subjetividad contemporánea, continua alojando sujetos. Sujetos que tienen algo para decir y sujetos buscadores, por otras vías, también, de alguna verdad.
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- Lacan, J., (1975-76) “El sinthoma”, Seminario 23, inédito (Versión completa de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Traducción y notas de Ricardo E. Rodríguez Ponte).
- Massotta, O. (1976) Ensayos Lacanianos, Barcelona: Editorial Anagrama.
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[1] Nos referimos aquí al significado que le da el psicoanálisis a la interpretación, es decir, la deducción por medio de la investigación analitica del sentido latente en las manifestaciones verbales y de comportamiento de un sujeto. La interpretación apunta al develamiento del inconciente y en la cura responde a un tipo de intervención hecha al sujeto según reglas impuestas por su direccion y evolución.
[2] Tanto los sueños como los chistes, los lapsus eincluso los sintomas, son considerados por la teoria psicoanalitica como formaciones del inconciente.
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