martes, 9 de junio de 2009

EL PROCESO DE FORMULACION DEL DISCURSO LACANIANO DESDE UNA PERSPECTIVA SOCIOSEMIÓTICA

INTRODUCCIÓN
En el presente trabajo nos interrogamos por el estatuto del discurso lacaniano y planteamos algunas consideraciones en torno al problema de autor en Lacan. El mismo es parte de otro mayor que pretendió analizar el tejido intertextual e interdiscursivo que atraviesa el mencionado proceso productivo desde el momento en que consideramos que las formaciones discursivas[1] de una episteme[2] –como el psicoanálisis y el mismo lacanismo – suponen posiciones de sujetos, objetos de discurso, que se configuran por el orden del discurso como red de condiciones de posibilidad, de emergencia y de existencia (Foucault, 2002b).
Desde este lugar hemos tomado los planteos veronianos y foucaultianos para ver cómo ubicar a Lacan en torno a los fundadores de discursividad, los “tiempos lacanianos”, la cuestión del autor y de la obra.

El proceso productivo y la cuestión de los “tiempos” en Lacan
Como toda producción discursiva, la lacaniana no tiene la unidad de un acontecimiento, ésta se constituye como un proceso y no un acto singular. El discurso lacaniano tiene la forma de un tejido intertextual, a partir del cual se han ido generando nuevos tipos de tejidos entre relaciones intertextuales y discursivas y diferentes procesos de recepción. En términos de Verón (1998), no podríamos describir el proceso de producción del discurso lacaniano, si no es en relación con un conjunto de hipótesis acerca de elementos extra-textuales e interdiscursivos y a sus condiciones de producción, y una significativa parte de las condiciones de producción del conjunto textual lacaniano consiste en otros textos, ya producidos (Verón, 1998). Esta intertextualidad (Angenot, 1998; Gennette, 1989), es la que nos permite observar en Lacan un modo particular de aproximación a los textos y a los discursos, que le es propio.
Así, por ejemplo, si bien encontramos que Lacan no ha sido ni metódico ni minucioso a la hora de trabajar otros textos, vemos cómo toda su producción se destaca por haber sabido “sacar provecho” (Rifflet-Lamaire, 1971) de diferentes discursos teóricos y disciplinares que le ha otorgado un particular efecto de sentido. Este estilo le ha valido a Lacan ciertas críticas a las cuales él ha respondido de maneras como esta:
“[...] como ven, sé rendir homenaje a mis autores cuando encuentro en ellos un hallazgo, se los atribuyo; se los atribuyo así, y también podría no hacerlo... En otro tiempo hablé de metáfora y de metonimia y todos se pusieron a gritar bien fuerte con el pretexto de que yo no dije de inmediato que se lo debía a Jakobson. Como si no debiera saberlo todo el mundo” (Lacan, 1973-74: clase 15)

Cuando hablamos de efectos de sentido, nos referimos a las condiciones de reconocimiento de este conjunto significante lacaniano. Para Verón (1984) las condiciones de reconocimiento no son las mismas que las condiciones de producción, y en ese sentido, tampoco sería posible estudiar el proceso de producción de sentido del discurso lacaniano si no es considerando además, las condiciones de circulación y reconocimiento que lo significan. Incluso, y en la medida en que otros textos y discursos implícitos formaron parte de las condiciones de producción de este conjunto textual lacaniano, este proceso de producción es, en sí mismo, un fenómeno de reconocimiento (Verón, 1998).
Esta distinción y distancia entre producción y reconocimiento es la que nos permite abordar la historia social de los textos lacanianos, es decir, “[...] el conjunto de relaciones (sistemáticas pero cambiantes) que definen la distancia entre las condiciones (sociales) bajo las cuales se ha producido un texto y las condiciones (que se ‘desplazan’, si así puede decirse, a lo largo del tiempo histórico) bajo las cuales este texto es ‘reconocido’ [...]” (Verón, 1984: 18).
Miller (1997) señala que en la época en que Lacan producía uno o dos textos por año, por el año 1964, nadie los había leído. Fue necesario el interés de los jóvenes filósofos que estaban con él para constituir los “Escritos” como una producción igual de interesante para ellos, como las de Spinoza o Kant. Como señala Foucault (2002b) los discursos son prácticas discontinuas que se cruzan, se yuxtaponen pero que, a veces, también se ignoran o se excluyen.
En el orden de la producción social de conocimientos, la distancia entre ésta y el proceso de reconocimiento, puede ser de decenas de años. De este modo, por un lado, podemos reconstruir una gramática para dar cuenta de sus condiciones de producción pero, por el otro, existirán siempre una serie de gramáticas de reconocimiento asociadas a diferentes momentos históricos en los cuales un texto ha producido efectos y que son visibles bajo la forma de otros textos con respecto a los cuales el primero fue, a su vez, una condición de producción. El proceso productivo de Lacan ha sufrido muchos cambios. Podemos decir que éste se presenta articulado cada diez años, etapas en las cuales se puede analizar, como se dijo, sus condiciones de producción en cuanto a sus condiciones teóricas, sociales, políticas, así como biográficas. En ese sentido, vemos cómo el primer Lacan fue condición de producción del segundo y del tercero.
Sin embargo, y en función a lo antedicho, con respecto a las diferentes etapas de la producción de Lacan, resulta pertinente señalar el planteo de Verón (1998) para quien existe un mito ligado al modelo biográfico que reaparece con una regularidad que inspira todo tipo de discusiones epistemológicas sobre la cuestión del pensamiento “verdadero” y la “teoría auténtica” de un fundador de discursividad. Así, para Verón, se ha opuesto el “joven Marx” al “Marx de la madurez” o el intento por olvidar (infructuosamente) o excusar por razones “históricas” al Freud positivista, cientificista y mecanicista como si éste no hubiera sido el descubridor del inconsciente.
En ese sentido, desde cierto discurso universitario respecto de los “grandes maestros“ existe una propensión a pensarlos a partir de un ordenamiento en fases. El Lacan fenomenológicamente hegeliano de la década del 1950, el Lacan estructuralista y el Lacan de la “lógica de lo real”. Para Zizek (1998) estos ordenamientos tienen un efecto tranquilizador, el pensamiento se vuelve más transparente, a partir de la clasificación, pero en esto, plantea, hay una pérdida y ésta es crucial, “es el encuentro con lo Real”. Así, para Zizek, lo que podemos pensar como diversas fases de una producción, en realidad son múltiples intentos de captar, de rodear la “cosa del pensamiento”, que constantemente se aborda, pero que “incesantemente vuelve” (Zizek, 1998: 140).
De este modo, si bien la producción de Lacan, ha sido dividida por muchos autores en tres grandes períodos de producción (Laurent, 1995; Milner, 2003; Miller, 2000) es importante destacar que no necesariamente se debe ubicar la producción lacaniana en compartimentos estancos. Por el contrario, es posible demostrar que, en realidad, no hay “un primer ni un último Lacan”, aunque esto sirva para ubicarlo según su producción de conocimientos; lo que hay es un proceso discursivo en Lacan donde existe una multitud heterogénea de huellas de procedencia diversa, que dan lugar a su discurso. Desde este lugar, por ejemplo, su recuperación del signo peirceano no es más que una parte de un proceso de producción en donde nada desaparece. Por el contrario, Lacan, en permanente trabajo productivo, se contrapone a sí mismo, de una manera que puede explicarse topológicamente a partir de la cinta de Moebius[3], transformándose, como dijimos, sus primeras producciones, en condiciones de producción de las subsiguientes.
Así, cuando se pretende leer a Lacan debemos situarnos en la pregunta: ¿Por qué dice eso en ese momento? Se trata entonces, de interpretar y situar lo dicho y su significación en un contexto y una episteme y no en función de un estudio histórico cronológico de su discurso.
Por ello, decimos que no hay una única lectura de tal pasaje o tal frase de Lacan. Por el contrario, ellas pueden tomar nuevos sentidos con el correr del tiempo. Esto es lo que Lacan dice de sus matemas, y es que estos permiten mil y una lecturas diferentes. (Miller, 1998), es decir, el sentido, nunca es único, ni unidireccional, en tanto es capaz de diversos efectos.
Finalmente, en palabras de Miller: “[...] la enseñanza de Lacan no es un dogmatismo que debe ser leída como una investigación continua y lógica y que al encontrar dificultades debemos cambiar algunas referencias y a través de esto producir efectos de sentido. Nadie puede descansar después de comprender lo que es el objeto a. Se ha de construir una respuesta y dar sus coordenadas”. (Miller, 1998: 95)

Estatuto de los textos, el problema del “autor” y sus consecuencias para un corpus del discurso lacaniano
Todo discurso es un acontecimiento que construye aquello de lo que habla, enfocarlo de esta manera permite identificar los enunciados como acontecimientos discursivos y no como el resultado de condiciones psicológicas, ni como simples configuraciones lingüísticas (Foucault, 2002b).
En este sentido, hay una especie de nivelación entre los discursos: los discursos que “se dicen” en el curso de los días y de las conversaciones, y que desaparecen con el acto mismo que los ha pronunciado; y los discursos que están en el origen de cierto numero de actos nuevos de palabras que los reanudan, los transforman o hablan de ello, es decir, discursos que, “mas allá de su formulación, son dichos, permanecen dichos, y están todavía por decir” (Foucault, 2002b: 26).
La producción lacaniana comprende una serie de textos que abarcan varios artículos, escritos institucionales, notas, intervenciones y otros desarrollos de variada procedencia, además de la transcripción de sus seminarios, que demuestran lo que Foucault (2002a) plantea respecto a la “obra” como operación crítica, pues no hay de antemano, excepto por estas arbitrarias operaciones, una obra y un autor, sino intertextualidades e interdiscursividades que la constituyen. En efecto, el conjunto textual lacaniano presenta y exhibe la dificultad planteada por Foucault en cuanto a la imposibilidad de definir una obra (Foucault, 1998). En ese sentido, por ejemplo, los textos publicados han sido, en general, disertaciones o clases, incluso muchas de éstas han sido publicadas después de su muerte y aún existen bastantes, sin publicar. Es el caso de los seminarios que Lacan dictaba cada año a lo largo de veintisiete, habiéndose publicado hasta el momento sólo algunos. Sin embargo, ese carácter vacilante de la obra, que supone cierto número de elecciones no impide que podamos realizar operaciones de análisis y que podamos diferenciar un autor de otro (Foucault, 2002a).
Es por ello, que este conjunto de textos le otorgan a Lacan, en términos foucaultianos (1998), el estatuto de “autor”, en tanto principio de agrupación discursiva, unidad y origen de sus significaciones. Así, Lacan al escribir, al disertar, dar clase en sus seminarios o expresarse en reportajes, lo escrito y lo no escrito (escritos por otros, en versiones estenográficas), ha dado lugar a lo que, a partir de una operación crítica, se reconoce como su “obra”, y es este conjunto textual, que circula en términos de discurso, que ha adquirido la legitimidad que le confiere el ser material de estudio y formación de generaciones de analistas, pese a las controversias que se han suscitado en torno a quien fuera elegido por Lacan como único responsable de la edición de sus comunicaciones orales, es decir, J.A. Miller.

Lacan, ¿fundador de discursividad?
Ahora bien, surge aquí la pregunta de si es posible, considerar a Lacan un fundador de discursividad, teniendo en cuenta la existencia previa de la formación discursiva psicoanalítica a partir de su iniciador, Sigmund Freud.
Foucault sostiene que en el siglo XIX, Europa produjo un tipo de autor particular que no debe ser confundido con los "grandes" autores literarios, o los autores de textos religiosos canónicos y los fundadores de las ciencias. Este tipo de autores pueden ser llamados "fundadores de discursividad" (Foucault, 1998:53)
La particularidad de estos autores es que produjeron no sólo su propia obra, sino también la posibilidad y las reglas de formación de otros textos. Es el caso de Freud o Marx, quienes establecieron una “posibilidad indefinida de discurso” (Foucault, 1998:53).
De este modo, autores como los mencionados, en tanto "instauradores de discursividad", no sólo hicieron posible determinada cantidad de analogías que podrán ser adoptadas por textos futuros, sino que también, hicieron posible un cierto número de diferencias. Es decir, posibilitaron un espacio para la introducción de elementos ajenos a ellos, que, a su vez, permanecen dentro del campo del discurso que ellos iniciaron.

“Decir que Freud fundó el psicoanálisis no quiere decir (no quiere simplemente decir) que volvemos a hallar el concepto de libido, o la técnica de análisis de los sueños en Abraham o Melanie Klein, quiere decir que Freud hizo posibles un determinado número de diferencias con relación a sus textos, a sus conceptos, a sus hipótesis que dependen todas ellas del mismo discurso psicoanalítico. (Foucault, 1998:54)

Foucault también sostiene que, a nivel superficial, la iniciación de prácticas discursivas podría ser parecida a la fundación de cualquier empresa científica, aunque existe una diferencia fundamental y es que en un programa científico, el acto fundacional es tan importante como sus futuras transformaciones. En el desarrollo futuro de una ciencia, el acto fundacional no es más que una única instancia de un fenómeno más general.
Por su parte, la iniciación de una práctica discursiva es heterogénea con respecto a sus transformaciones posteriores. En este sentido, la práctica psicoanalítica y sus postulados teóricos tal como fuera iniciada por Lacan, han sufrido modificaciones pero esto no implica que se trate de afirmaciones falsas. Por el contrario, se trata de grupos de proposiciones o afirmaciones a las que se les reconoce un valor inaugural y que revelan otros conceptos o teorías como derivados. Son afirmaciones consideradas inesenciales o "prehistóricas", por estar asociadas con otros discursos, y muchas veces terminan siendo simplemente ignoradas en favor de los aspectos más pertinentes de su producción. Esto es, a nuestro entender, lo que sucede con el discurso de Lacan quien teniendo entre sus condiciones de posibilidad a varios otros discursos, le imprime al suyo un determinado número de signos propios (Foucault, 1998) que lo referencian y diferencian, pese a que a lo largo de su producción haya ido reformulando sus postulados.
De este modo, la instauración discursiva, a diferencia de la fundación de una ciencia, eclipsa y está desligada de sus desarrollos y transformaciones posteriores, “permanece necesariamente detrás o en suspenso” (Foucault, 1998: 56).
Para Verón (1998), si bien algunos textos, poseen una función fundadora para una determinada discursividad, y esta discursividad responde a una regulación inconsciente de producir determinados discursos, ya que habría elementos en los mismos que dan cuenta de una relación particular con el mundo, no existe un verdadero rostro de un fundador para una determinada discursividad, este supuesto rostro que se encontraría en algún lugar de su obra, no sería más que una reducción a un solo aspecto o momento de la vida de ese sujeto. Esto es porque la noción de fundación pertenece a un proceso productivo que atraviesa los sujetos de la historia. Por ello, para Verón, en realidad, una fundación no tendría fundador, ya que el o los sujetos concretos históricos que allí intervienen, son atravesados por el tejido intertextual que tiene la forma de un tejido extremadamente complejo de conjuntos discursivos múltiples, en el que se sumerge el sujeto enunciador del texto de fundación y que en definitiva, no es más que un sujeto que re- conoce.
Estos procesos de fundación tienen que ver con procesos recurrentes en el interior de una práctica de producción de conocimientos. El legitimar su especificidad implica buscarla en la economía de las relaciones de producción y reconocimiento. En ese sentido, la localización histórica de una fundación es un producto del proceso de reconocimiento. Este reconocimiento es siempre la identificación de un cierto texto o conjunto de textos, para reconocer que es allí donde se produjo algo. De aquí se derivan tres supuestos: la fundación es pasible de ser fechada, puede ser situada en un lugar preciso (un texto) en el que se identifica un descubrimiento o la producción de un concepto nuevo y puede ser ligada a un sujeto o autor (Verón,1998).
Continuando con Verón, podríamos considerar cierto conjunto de textos freudianos[4] como la primera fundación del psicoanálisis, que es, a su vez, condición de producción del discurso lacaniano. Por ello, decimos que este discurso es impensable sin el discurso fundador de Freud y, es desde este lugar, que las condiciones de producción del discurso lacaniano han funcionado como efecto de reconocimiento de esta fundación. Sin embargo, también es posible reconocer ciertos textos como fundadores de la discursividad lacaniana, textos de fundación que ocupan una posición particular dentro de la red de este discurso.
En este sentido, la hipótesis de Verón es que los textos de fundación ocupan una posición particular en el interior de una red interdiscursiva. Esta posición está caracterizada por una distancia máxima entre la producción y el reconocimiento. Esta distancia concierne a la relación existente entre las relaciones de producción y determinado texto de referencia y las de reconocimiento y ese texto.
De este modo, “Función y Campo de la Palabra y el Lenguaje” (1953) reuniría las características de ser un texto cuya relación entre su relación con las condiciones de producción y su relación con las condiciones de reconocimiento, presenta, al decir de Verón (1998), un desajuste máximo, por lo tanto podemos reconocerle un estatuto, un lugar de fundación. Esta relación no concierne a la relación de ese discurso con los discursos que formaron parte de sus condiciones de producción, sino que concierne a la relación entre las relaciones y ha producido a posteriori un efecto de reconocimiento.
Así, Lacan en ocasión de la reedición de sus Escritos en 1966, en una pequeña introducción titulada “Del sujeto por fin cuestionado” reconoce a su artículo “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis” como el momento en que comienza su “enseñanza”[5]. Esto para Lacan, marca el inicio de la misma, que no es con relación a la lingüística ni al estructuralismo sino, como señala Miller (1997), a la consideración del sujeto.
Por ello, podemos decir que la publicación de sus Escritos, no constituye una simple recopilación de artículos, sino una escritura en el sentido de una inscripción original. Esta inscripción en palabras de Elizabeth Roudinesco (2004), toma para Lacan el “aspecto de un acontecimiento fundador”.

A modo de conclusión
Asumir el discurso de Lacan como proceso, permite definir la posición en la que deberíamos ubicarnos para el análisis del mismo. Desde allí es posible operar para reconocer y hacer evidentes las condiciones productivas en torno al mismo, sus formas de decibilidad, sus dominios discursivos, sus vinculaciones con otros dominios y cómo se apropia Lacan de aquellos enunciados y conceptos que devinieron en sus proposiciones.
En ese sentido, hemos planteado como importante no reducir las condiciones de posibilidad de este discurso a meros aspectos biográficos en tanto y en cuanto adherimos a la idea de no considerar a éstos como un nivel pertinente a un análisis de las condiciones productivas de un discurso. Para ello, rescatamos la posición expresa de Verón quien deja en claro que habiendo varios tipos de análisis, cada uno de los cuales configura qué es lo pertinente de ser analizado; el sujeto, en sentido particular, no lo es a un análisis de condiciones de producción. Esta posición resulta compatible con la de Foucault, para quien las formaciones discursivas de una episteme –como el psicoanálisis– suponen posiciones de sujetos y objetos de discurso, que se configuran por el orden del discurso como red de condiciones de posibilidad, de emergencia y de existencia.
Por ello en este trabajo aparece una cuestión a problematizar y es la referida a considerar, o no, el discurso lacaniano como discurso fundador, y en ese sentido, fue imposible desconocer el retorno emprendido por Lacan a Freud. No obstante, creemos que este retorno, lejos de ser una re-fundación, que implicaría la recuperación de algo olvidado o incluso desvirtuado (por ejemplo, las escuelas post-freudianas), no invalida reconocer este discurso como fundador de discursividad. Decimos esto y en términos foucaultianos, desde el momento en que dicho discurso hizo posible determinada cantidad de analogías que son adoptadas por otros discursos, en términos de reconocimiento y recuperación, pero además, un cierto número de diferencias.
Por otro lado, es este discurso que ha posibilitado un espacio para la introducción de elementos ajenos al mismo que, a su vez, permanecen dentro del campo discursivo que ellos iniciaron como, por ejemplo, las nociones y conceptos provenientes de la lingüística, la filosofía, la semiótica, la matemática, etc.
A su vez, hemos reconocido un determinado texto con función fundadora para la discursividad lacaniana, en tanto se considera, en términos de Verón, que es allí donde se produjo algo. Este texto “Función y Campo de la Palabra y el Lenguaje” (1953) que como dice Verón, puede ser fechado, situado y ligado a su autor, es el que el mismo Lacan reconoce como el texto a partir del cual “comienza su enseñanza”.
Planteamos también, un Lacan que se supera a si mismo, sin por ello suponer que una producción destierra a la otra. Por el contrario, sostenemos la idea de que muchas de las elaboraciones más avanzadas ya estaban presentes como esbozos en los primeros momentos, como así también, elaboraciones que Lacan jamás abandonará.
De este modo, concluimos que si bien la producción de Lacan, ha sido dividida por muchos autores en tres grandes periodos, no necesariamente debemos ubicar la producción lacaniana en compartimentos estancos o tiempos, por el contrario, es posible demostrar que, en realidad, no hay “un primer ni un último Lacan”, aunque este recurso pueda servir para ubicarlo históricamente, según su producción de conocimientos. En cualquier caso, lo que sí encontramos es un Lacan como condición de producción de una discursividad que lleva su nombre.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
1. Angenot, M., (1998) Interdiscursividades. De hegemonías y disidencias, Córdoba, Editorial Universidad Nacional de Córdoba.
2. Evans, D., (1997) Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano, Buenos Aires, Paidós.
3. Foucault, M., (1998) “¿Qué es un autor?”. En Litoral, 1998, n° 25/26, Edelp, Córdoba.
4. Foucault, M., (2002a) La arqueología del saber, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores.
5. Foucault, M., (2002b) El orden del discurso, Barcelona, Fábula Tusquets Editores.
6. Genette, G., (1989) Palimpsestos. La literatura en segundo grado, Madrid, Taurus
7. Lacan, J., (1973-74) Seminario 21 “Los desengañados se engañan o los nombres del padre”, inédito (Versión completa de la Escuela Freudiana de Buenos Aires por Irene M. Agoff de Ramos. Revisión Técnica: Evaristo Ramos).
8. Lacan, J., (1988 [1953]), “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores.
9. Laurent, E., (1995) Estabilizaciones en las psicosis, Buenos Aires, Manantial.
10. Miller, J.A., (1997) Introducción al método psicoanalítico, Buenos Aires, Paidós.
11. Miller, J.A., (2000) El lenguaje, aparato del goce, Buenos Aires, Colección Diva.
12. Milner, J.C., (2003) El periplo estructural. Figuras y paradigmas, Buenos Aires, Amorrortu editores.
13. Miller, J.A., (1998) Los signos del goce, Buenos Aires, Paidós.
14. Rifflet-Lemaire, A., (1971) Lacan, Barcelona, Edhasa.
15. Roudinesco, E.,(2004) Lacan. Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
16. Verón, E. (1998) La semiosis social, fragmentos de una teoría de la discursividad, Barcelona, Editorial Gedisa.
17. Verón, E (1984) “Semiosis de lo ideológico y del poder”. En Espacios, 1984, n° 1
18. ZIZEK, S., (1998) Porqué no saben lo que hacen. El goce como un factor político. Buenos Aires, Paidós.


Mariana Gómez
Mgter. en Sociosemiótica
Dra. en Semiótica
Becaria Secyt UNC
Prof. Adjunta e investigadora de la Facultad de Psicología de la UNC
Miembro del Centro de Investigaciones y Estudios Clínicos CIEC. Instituto del Campo Freudiano.
margo@ffyh.unc.edu.ar
[1] Una formación discursiva, para Foucault, es “un conjunto de reglas anónimas, históricas, siempre determinadas en el tiempo y en el espacio, que han definido en una época dada, y para un área social, económica, geográfica o lingüística dada, las condiciones de ejercicio de la función enunciativa” (Foucault, 2002b: 153,154)

[2] En el sentido en el que Foucault plantea el concepto en Arqueología del saber, donde define el nivel de la descripción arqueológica de la episteme a partir del concepto de formación discursiva y considera a la misma como un campo inagotable y móvil de escansiones, de corrimientos, de coincidencias que se establecen y se deshacen, que no puede darse por cerrado y cuya finalidad no es reconstruir el sistema de postulados, sino recorrer un campo indefinido de relaciones.

[3] Cinta de Moebius: objeto topológico que Lacan introduce en la teoría psicoanalítica y que consiste en una banda o cinta unida por sus extremos, previo giro en uno de ellos. Se produce así, un objeto en donde la cara externa y la interna aparecen en continuidad y en una línea sin fin. Lacan utiliza esta cinta para graficar al inconsciente.
[4] Por ejemplo, Estudios sobre la histeria (1989).
[5] Lacan prefirió siempre referirse a su producción teórica como “enseñanza”, como se puede observar a lo largo de sus textos.

EL RELATO DEL SUEÑO, EL ESPACIO AUTOBIOGRÁFICO Y EL ENTRAMADO DISCURSIVO INCONSCIENTE.


Por Mariana Gómez
Facultad de Psicología
U.N.C.

Introducción

Este trabajo se propone analizar dos posibles vías en la construcción de la identidad subjetiva. Dos formas de relato, de escritura, que confrontan al sujeto con una verdad posible y un sentido producido. Nos referimos al sueño y su relato, como vía regia de acceso al inconsciente, y la autobiografía, en tanto posible género discursivo, productor de un decir, cuya semiosis se vale de significantes alojados en la red lógica conciente e inconsciente de su autor, pero con la intención de hacerlo social.
Es decir, se tomará el sueño como parte del dormir y a la vigilia como momento del despertar, para poder reconocer la función del relato del mismo en un psicoanálisis y sus efectos en ese “despertar”, en el sentido del acceso a un saber subjetivo. Al mismo tiempo, se abordará la ligazón de elementos significantes que retornan en la escritura autobiográfica nutridos, en parte, por la escena onírica pero, a su vez, como expresión que pone límites a las rupturas del mundo de los sueños.
Para ello, se recurrirá a quien utilizó por primera vez el relato del sueño como vía de acceso al inconsciente, Sigmund Freud, y su doble propuesta sobre la interpretación[1] del sueño: como guardián del dormir y, por lo tanto, cumplimiento de deseos y como sueño traumático, en tanto sueño de repetición que apunta a ligar lo horroroso y angustiante, en un intento por simbolizar lo indecible. Se hará referencia, además, a la posición lacaniana de tomar al sueño como una escritura que permite ser leída e interpretada con el fin de descifrar un sentido oculto.
Así, se intentará ensayar una aproximación entre lo anterior y el espacio autobiográfico con la ayuda de autores han trabajado el género autobiográfico y su raigambre en la construcción de la identidad subjetiva.
Partiremos de considerar la relación que realiza Madeleine Foisil entre la escritura sobre lo íntimo develada socialmente y su efecto de garantía de verdad al momento del surgimiento del género autobiográfico en el siglo XVIII.
Se introducirá, además, la pertinencia de considerar la autobiografía como género, en el sentido bajtiniano, a partir de la lectura de Paul de Man para, finalmente, analizar con Arfuch el efecto organizador a nivel de lo identitario que tendría lo autobiográfico, recurriendo al ejemplo de dos cuentos de J. L. Borges: Funes, el memorioso y El sur.

El sentido de los sueños

Un sueño es una “formación del inconsciente” (Lacan, 1995b) y es planteado desde el discurso psicoanalítico como una escritura pasible de ser leída y analizada. Un sueño es algo que se presenta como imágenes pero que se inscribe y lee como escritura y que puede, a su vez, ser pensado como la presencia de varios textos en un mismo texto, es decir, desde la noción de intertextualidad planteada y retomada, a partir de Bajtin, por varios autores.
El 23 de julio de 1895, Freud soñó con una paciente suya, analizó profundamente este sueño y sentó las bases de su obra La interpretación de los sueños (Traumdeutung) y de la teoría psicoanalítica en general.
A Freud los aspectos fisiológicos del sueño no le interesaban, se los dejaba a los biólogos y fisiólogos. El se ocupó de otra cosa, concretamente de interpretar a los sueños como vía privilegiada de acceso a lo más profundo del inconsciente. Sus pacientes le hablaban en sus sesiones de sus sueños y en lugar de restarles importancia por su carácter aparentemente absurdo, prefirió investigar.
La primera evidencia impresa del interés de Freud por los sueños aparece en una larga nota a pie de página en el primero de sus historiales clínicos, el de la Sra. Emmy von N. incluido en los Estudios sobre la Histeria y en el párrafo en que se refiere a la cuestión de los sueños, dice lo siguiente:

“No hace mucho, por observaciones en otro ámbito, he podido convencerme del poder que posee esa compulsión a asociar. Durante varias semanas debí trocar mi lecho habitual por uno más duro, en el cual es probable que soñara más o con mayor vivacidad, o quizás era solo que no podía alcanzar la profundidad normal en mi dormir. En el primer cuarto de hora tras despertar yo sabía de todos mis sueños de la noche, y me tomé el trabajo de ponerlos por escrito y ensayar su solución. Conseguí reconducir todos esos sueños a dos factores: 1) al constreñimiento de finiquitar aquellas representaciones en las que durante el día me había demorado sólo pasajeramente, que sólo habían sido rozadas y no tramitadas, y 2) a la compulsión a enlazar unas con otras las cosas presentes en el mismo estado de conciencia. Lo carente de sentido y contradictorio de los sueños se reconducía al libre imperio del segundo factor”. (Freud, 1993a: 89)


Este interés culminó en la edición de su libro, como dijimos, La interpretación de los sueños, en el año 1900. Este texto siempre fue considerado por Freud como su obra más importante, a pesar de la depresión, refiere su editor James Strachey, que siguió a la casi total indiferencia con que fue recibido el libro (en los primeros seis años
sólo se vendieron 351 ejemplares). Dice Freud en su prólogo a la tercera edición inglesa “un insight como este, no nos cabe en suerte sino una vez en la vida” (Freud, 1993b: 7).
Freud sostiene, en este texto, que el sueño es un fenómeno psíquico, que es interpretable y aunque parezca absurdo, siempre tiene un sentido. El sueño sirve para Freud, ante todo, para garantizar la continuidad del dormir mediante la satisfacción alucinatoria de los deseos. Estos deseos resultan, en su mayoría, infantiles y moralmente inaceptables de modo que deben disfrazarse, desfigurarse para sortear la censura. Esto hace que lo que recordamos del sueño -lo que Freud llama el contenido manifiesto- parezca a veces absurdo y sin sentido. Aun así, el contenido manifiesto es sólo una parte de lo que realmente soñamos. Existe una enorme cantidad de material onírico que no recordamos, porque la censura se ocupa, no sólo de disfrazarlo, sino también, de borrarlo (Freud, 1993b).
Posteriormente, esta función que Freud le otorga al sueño de “guardián del dormir” será reconsiderada. Efectivamente, en 1920 reformulará su teoría a partir de analizar el fenómeno de los sueños traumáticos, en tanto ya no podrá considerarlos como cumplimiento de deseos. Freud tampoco considerará de esta manera a los sueños que se presentan en los psicoanálisis y que devuelven el recuerdo de los traumas psíquicos de la infancia. Estos sueños, más bien obedecen, señalará Freud, a la compulsión de repetición que, en un análisis, se apoya en el deseo de convocar lo olvidado y reprimido.
No obstante, desde el inicio de sus investigaciones, para explicar el sentido de los sueños, Freud (1993b) demuestra que los mismos son susceptibles de una interpretación. Señala que interpretar un sueño significa hallar su sentido y hace notar cómo las teorías científicas sobre los sueños no dejan lugar a la interpretación, ya que, para ellas, estos no son actos anímicos, sino procesos somáticos.
Indica también, que muy diferente fue la opinión de los profanos en todos los tiempos, quienes sostuvieron siempre, que el sueño tiene un sentido oculto y para quienes no había más que develar, de manera acertada, ese sustituto para alcanzar su significado. Sin embargo, rescata uno de estos métodos, refiriéndose al mismo, en una de las tantas y largas notas al pie de página, como una versión, para él interesante, del procedimiento profano. Este es la Oneirocritica o “Clave de los sueños” de Artemidoro Daldiano.
Lo interesante de este método, dice Freud, es que aquí no se atiende sólo al contenido del sueño (como en otros métodos profanos), sino también a la persona, de modo tal, que el mismo elemento onírico tiene significado diferente para cada sujeto.
Tampoco se toma a la totalidad del sueño como un conglomerado, sino a cada uno de los fragmentos en sí, cuyos bloques constitutivos reclaman un destino particular.
Freud admite que este método implica estar, una vez más, frente a uno de esos casos en que una creencia popular antiquísima mantenida con tenacidad parece aproximarse más a la verdad de las cosas que el juicio de la ciencia que hoy tiene valor.
Así, explica cómo llega a su propio procedimiento de interpretación. Cuenta que sus pacientes, a quienes él había comprometido a comunicarle todas las ocurrencias y pensamientos que acudiesen a ellos, le contaban sus sueños y así le enseñaron, dice, que un sueño puede insertarse en el encadenamiento psíquico que se persigue (Freud, 1993b).
Para Freud, la fantasía onírica carece de un lenguaje abstracto, por el contrario, representa plásticamente aquello que quiere expresar, y dado que de este modo no pueden los conceptos ejercer una acción debilitante, crea imágenes de intensa y plena plasticidad. De esta manera, el lenguaje de un sueño, por claro que éste sea, deviene ampuloso, pesado y torpe. En ese sentido, el sueño presenta una “peculiar repugnancia” a expresar un objeto por la imagen correspondiente, prefiriendo escoger otra imagen distinta, en tanto y en cuanto, le es posible expresar por medio de la misma, aquella parte, estado o situación que del objeto le interesa exclusivamente representar. Esta es la actividad simbólica del sueño (1993b).
Para averiguar el significado de los sueños, Freud los somete a un penetrante y minucioso análisis, tal como lo plantea su método. El análisis de este sueño le parece tan importante que a posteriori de la publicación de La interpretación de los sueños, en una carta a su amigo Fliess “jugará” -nunca lo hacía gratuitamente, dirá Lacan- imaginando que algún día se colocaría sobre la puerta de su casa de campo de Bellevue, donde ocurre este sueño, una placa que diría lo siguiente: “Aquí, el 24 de julio de 1895, por primera vez el enigma del sueño fue desentrañado por Sigmund Freud.” (Schur, 1984). Esta placa, efectivamente, está puesta en la actualidad.
Por otro lado, Freud (1993b) señala que el sueño debe leerse como un jeroglífico, esto implica decir que la imagen no vale como una figura, como signo figurado, sino como una escritura. Lacan nos ayuda a entender esto.
Para Lacan (1995a), la posibilidad que la imagen onírica ofrece, al ser puesta en palabras y por lo tanto, leída e interpretada, es la de demostrar la articulación de la dimensión de lo simbólico con lo imaginario.
La escritura, la letra para Lacan, es de manera electiva una presentificación de lo simbólico, es algo para descifrar, cuyo sentido está oculto. Lacan recurre a la letra para marcar la presencia de la escritura en el sueño. La letra no es más que otro nombre del significante, el nombre de éste cuando está separado de la significación. Dirá que el significante es “tonto” porque todas las significaciones están en otra parte y “entonces queda allí, sin tener mucho para decirnos por sí mismo” (Lacan en Miller, 2000: 87).
Lacan llama a esto significancia y propone como traducción para la Traumdeutung, la significancia del sueño. Para Lacan, hay allí lectura, escritura del sueño, por eso habla de operación analítica de lectura.

El sueño como texto

Todo autor al escribir un texto utiliza una multiplicidad de estrategias intertextuales, procedimientos que implican relacionar el propio texto con otros escritos y que generan un tejido fundamental que permite comprender el texto que se está leyendo. Para Julia Kristeva y desde la teoría de Bajtin, todo texto se construye como mosaico de citas, al tiempo que todo texto es absorción y transformación de otro texto (Kristeva, 1997). Sin embargo un texto no se limita solamente a su dimensión consciente. El espacio textual implícito puede funcionar, en el sentido de Kristeva, como una dimensión de lo inconsciente del texto, desde este lugar, e independientemente del sujeto-autor, el trabajo del texto se superpone, para la autora, con lo que Freud llama el trabajo del sueño Traumarbeit.
Para Freud el trabajo del sueño es el conjunto de operaciones que transforman el material del sueño (restos diurnos, pensamientos del sueño, estímulos corporales) en un producto, es decir el contenido manifiesto, lo que el soñante recuerda. El efecto de este trabajo es la deformación. Para Freud no es este un trabajo creador, sino que se contenta con transformar el material psíquico. Sin embargo, es este trabajo y no el contenido latente (lo inconsciente) lo que constituye la esencia del sueño.
Freud utiliza, como vimos, sueños ajenos y propios como elementos intertextuales (Angenot, 1998) para hacer más profundamente comprensible su propio texto. Así, vemos como a lo largo de La interpretación de los sueños relata los sueños de sus pacientes pero también los propios para dar consistencia empírica a las formulaciones teóricas que presenta en éste, logrando así un tejido fundamental basado en fragmentos de textos oníricos. Un mosaico intertextual en donde la presencia de textos producto del inconciente[2] da sustento al texto teórico.
Desde este lugar, el discurso psicoanalítico surge no sólo a partir de una praxis, ejercida por su fundador, sino también desde su propia posición como sujeto. Freud supo poner en valor el sueño como producto del inconciente. Así, los sueños, trabajados como textos, terminaron por convertirse en la via regia hacia el conocimiento de lo mas velado del ser humano, su inconsciente.
En el siguiente apartado veremos cómo la escena onírica y su relato se encuentran y de algún modo, se cruzan en algunos aspectos, con la autobiografía como espacio constitutivo de la subjetividad.

El espacio autobiográfico
El surgimiento de los géneros autobiográficos que consideramos "canónicos" tiene un origen histórico preciso, el siglo XVIII, con un punto de partida consensuadamente aceptado: “Las Confesiones” de Rousseau, donde por primera vez, se asumía un "yo" de un mundo privado como opuesto de lo social.
De esta manera, lo público y lo privado se empiezan a definir en la literatura moderna, como espacios antagónicos del mundo burgués, articulados a otros dualismos: sentimiento/razón, cuerpo/espíritu, hombre/mujer (Arfuch, 2002).
Madeleine Foisil nos recuerda que la autobiografía se insertaba en toda una trama de escrituras, diarios íntimos, correspondencias, novelas epistolares, con igual peso que las prácticas de la razón política, en lo que fue el afianzamiento del capitalismo. Lo que se lograba con estas prácticas en donde lo íntimo, lo familiar, lo emocional, el deseo y lo prohibido se ponían sobre el tapete, era un efecto de verdad. Donde la visión y la palabra del sujeto se presentan como garantías de verdad de lo que se dice, frente a criterios generales (Goulemot, 1987). De esta manera y a través de la primera persona, el narrador se presentaba como garante de sus enunciados, y de su propia verdad.
Por su parte, Lejeune plantea la autobiografía como un relato retrospectivo en prosa que alguien hace de su propia existencia insistiendo, principalmente, en su vida individual, sobre todo, en la historia de su personalidad” (en Foisil, 1987).
Esto nos remite a la noción de identidad narrativa de Paul Ricoeur, quien la define “como la narración escrita u oral que una persona hace de sí misma y para sí misma” (en Robin, s/r).
Desde este lugar, autores como Paul de Man analizan la autobiografía como desfiguración. Para éste, la autobiografía no sería, precisamente, un género literario, no tiene la envergadura de los otros géneros, tales como la comedia, la poesía, la tragedia, aunque la misma sea perteneciente a un gran genio. En este punto, resulta pertinente detenernos, un momento, en el concepto de género discursivo definido por Bajtin.
A partir del concepto de lenguaje social Bajtín (1995) desprende el concepto de “género discursivo”, un concepto operatorio que el autor sugiere para el análisis del discurso. En Estética de la creación verbal, Bajtín define a los géneros discursivos, incluyendo las siguientes propiedades: 1) Tema o contenido, 2) estilo, 3) composición o estructura específica. Cada enunciado determinado “es individual y sin embargo cada esfera de uso de la lengua elabora sus relativamente estables tipos de enunciados”, denominados por Bajtín géneros discursivos.
Bajtín divide los géneros discursivos en primarios y secundarios. Los primeros surgen de la interacción directa del discurso con las situaciones cotidianas: trabajo, descanso, relaciones dentro de las instituciones, etc. Los secundarios surgen dentro del campo de la comunicación cultural y abarcan los géneros primarios como material de referencia.

“Los géneros discursivos secundarios (complejos) – a saber, novelas, dramas, investigaciones científicas de toda clase, grandes géneros periodísticos, etc.- surgen en condiciones de la comunicación cultural más compleja, relativamente más desarrollada y organizada, principalmente escrita: comunicación artística, científica, sociopolítica, etc. En el proceso de formación estos géneros absorben y reelaboran toda clase de géneros primarios (simples) constituidos en la comunicación discursiva inmediata” (de Man, s/r)


Sin embargo, para de Man, al convertir la autobiografía en un género, se la eleva por encima de la categoría literaria del mero reportaje, la crónica o la memoria y se le hace un sitio, si bien modesto, entre las jerarquías canónicas de los géneros literarios mayores. Esto implica cierta dificultad, ya que “comparada con la tragedia, la épica o la poesía lírica, la autobiografía siempre parece deshonrosa y autocomplaciente de una manera que puede ser sintomática de su incompatibilidad con la dignidad monumental de los valores estéticos” (de Man, s/r).
Paul de Man asume que la vida produce la autobiografía como un acto produce sus consecuencias, pero se pregunta si no es posible suponer que, tal vez, el proyecto autobiográfico determina la vida y que lo que el escritor hace, ya está gobernado por los requisitos técnicos del autorretrato y está, por lo tanto, determinado por los recursos de su medio.
Esto nos lleva a la propuesta de Benveniste (1975) cuando sostiene que es a partir del lenguaje que el hombre se constituye como sujeto, porque “el sólo lenguaje funda en realidad. En su realidad que es la del ser, el concepto de “ego”. La subjetividad es la capacidad del locutor de plantearse como sujeto. El lenguaje no es posible sino porque cada locutor se pone como sujeto y remite a sí mismo como yo en su discurso.
Por otra parte, Benveniste sostiene que el lenguaje no se distingue nunca de una socialidad, tomando al lenguaje en, lo que Barthes llama, sus concomitancias, es decir, el trabajo, la historia, la cultura, las instituciones, en otras palabras, lo que constituye la realidad del hombre. Estos aspectos son los que desde el psicoanálisis consideramos como determinantes en los procesos identificatorios que constituyen al sujeto. En ese sentido, la sociedad es, precisamente, sociedad porque habla. El individuo no es anterior al lenguaje, sino que se convierte en individuo en tanto habla, por eso, no hay más que interlocutores.
La autobiografía entonces, y volviendo a de Man, no sería un género, sino una figura de lectura que se da, hasta cierto punto, en todo texto. Se genera así, para éste, una estructura especular interiorizada en todo texto en que el autor se declara sujeto de su propio entendimiento. Por otro lado, el interés de la autobiografía no radica en que ofrece un conocimiento veraz de uno mismo (ya que no lo hace) sino en que demuestra, de manera sorprendente, la imposibilidad de totalización de todo sistema textual conformado por sustituciones tropológicas.
De cualquier manera, ya sea que consideremos la autobiografía como un género discursivo o que adhiramos a las tesis de de Man y la consideremos simplemente una figura de lectura que se da de alguna manera en todo texto, lo que no se puede negar es su valor como organizador de la propia vida.
En efecto, en su trabajo subjetividad e (in)visibilidad mediática, Arfuch (2002a) sostiene que lo que impulsa, por un lado, a esta mostración del yo y por el otro, al consumo adictivo de la vida de los otros, tiene que ver con lo que Bajtin denominó “valor biográfico” en el sentido de que el mismo opera como un principio organizativo de la narración sobre la vida, es decir, "ordena la vivencia de la vida misma y la narración de la propia vida de uno, este valor puede ser la forma de comprensión, visión y expresión de la propia vida” (Bajtin en Arfuch, 2002a). Esto tiene que ver con la necesidad narrativa de dar forma y proponer un orden a lo que no lo tiene por sí mismo.
En este sentido, este terreno, el de lo autobiográfico es de límites difusos y para esta autora es imposible separar lo biográfico de lo autobiográfico, debido el carácter igualmente ficcional de ambos registros. Estas reflexiones de Arfuch, podrían ser pensadas también, en el sentido inverso, es decir, cuando la ficción tiene mucho de autobiográfico.
Borges es un claro ejemplo de esto. Dos de sus cuentos, Funes, el memorioso y El sur, guardan explícitas referencias autobiográficas.
Así, el personaje de Funes plasma dentro del texto, la cristalización de máscaras de orígenes diversos (literarias, espaciales, temporales) entendidas como los diferentes modos de actuar de su autor, portador de una verdad, que enfrenta por medio de la literatura, asumiendo una dimensión autobiográfica.
En ese sentido, es posible pensar que Funes, el memorioso le permitió a Borges, después de la muerte de su padre y de su propio accidente, en la Navidad de l938, elaborar aspectos de esa relación y despertar, con mayor libertad y lucidez a los artificios de la ficción.
Borges mismo consideró al cuento como "una larga metáfora del insomnio". Sin embargo, Funes, el memorioso parece ser más que ello. En una entrevista al hablar de este cuento, Borges diría: "Y ahora viene un detalle psicoanalítico: cuando yo escribí ese cuento se me acabó el insomnio. Como si hubiera encontrado un símbolo adecuado para el insomnio y me liberara de él mediante ese cuento" (en Gilio, 1976).
Y es aquí donde se hace evidente el cruce del espacio autobiográfico con el sueño y su interpretación a partir de su relato. Desde este lugar, no es casual que Freud escribiera La interpretación de los sueños en pleno duelo por la muerte de su padre y en el medio de la crisis de la relación con su entrañable amigo Fliess, siendo el análisis de este sueño lo que le posibilitará profundos descubrimientos subjetivos y teóricos. Como dijimos, muchos de los sueños que sirven como ejemplos en esta extensa obra son del propio Freud. Es un texto en donde el inconsciente “se muestra”, incluso el suyo, como no lo hará en ningún otro, ni siquiera en su Presentación Autobiográfica.
Es por ello, que al comenzar la misma, Freud dice: “para mi resulta más ardua la labor, pues en los repetidos trabajos de este género que tengo ya publicados he tropezado siempre con que la especial naturaleza del tema obligaba hablar de mi mismo mas de lo que generalmente es costumbre o se juzga necesario” (Freud, 1995c: 5).


El relato del sueño, la autobiografía y el “saber hacer”.
Los desarrollos de la lingüística, la teoría literaria y el psicoanálisis, así como el devenir de los relatos de ficción han trabajado en la confusión de los límites, conspirando contra ciertas creencias, desengañándonos de la ilusión de transparencia, de verdad. Ya no creemos tanto en la autenticidad de la propia historia.
Sin embargo, también, podríamos decir lo contrario, sostiene Arfuch. Lo que importa en la actualidad no es la verdad sino las estrategias de representación. Ese "contrato de identidad sellado por el nombre propio", como garantía de autenticidad para el lector, al que Lejeune (en Arfuch, 2002b) llamó " el pacto autobiográfico", sigue vigente.
Esto porque, como señala Zizek (1998), lo social es siempre un terreno incongruente, estructurado en torno a una imposibilidad constitutiva, atravesado por un "antagonismo" central, Real. Imposibilidad de decirlo todo que, en clave lacaniana, significa lo que queda fuera del lenguaje, de lo simbólico. Es decir, lo Real, el goce.
Por ello, Zizek piensa la cultura actual como una manera de domesticar la pulsión de muerte, siempre ligada al goce, en el sentido de que toda cultura es, en cierto modo, una formación-reacción, un intento de limitar, de canalizar ese desequilibrio, ese núcleo traumático vinculado a la imposibilidad (Zizek, 1998). Y este es un lugar que ocupan los relatos autobiográficos y el relato producto de la escena onírica.
Tanto para Freud como para Derrida (1986) – si bien desde distintos modos de concepción o articulación teórica- el inconsciente debe ser definido a partir del lenguaje. Para Derrida el descubrimiento freudiano replantea y hace resurgir el problema mismo de la escritura, es decir, el inconsciente presentifica la escena misma de la escritura. Desde este lugar, el relato-escritura del sueño y el texto autobiográfico cobran un lugar protagónico en la dimensión subjetiva inconsciente.
El sueño como síntoma, en tanto formación de compromiso entre lo reprimido y lo permitido y la autobiografía como escritura, destinada al espacio social, que implica un “saber hacer”, savoir faire del sujeto con su goce (Lacan, 1975-76) -el goce, en tanto núcleo escondido en todo síntoma- nos llevan a la evidencia del trabajo del inconsciente y de su trama dispar.
Desde este lugar, dando un paso más y de la mano de Lacan, nos encontramos con que el sueño, mas allá de ser un mero guardián del dormir, ayuda, a partir de su interpretación, al sujeto a “despertar” y despertar en el sujeto explica el paso de la ignorancia al conocimiento (Lacan, 1995a). Un “saber” que el sujeto, seguramente, también adquirirá luego de escribir y dar a conocer, en su versión autobiográfica, la trama de su vida.

Para concluir...

Podemos decir, con Bourdieu (1986), que el relato autobiográfico está inspirado siempre en la inquietud de dar sentido, o razón a la propia existencia. Hay una inclinación a sentirse ideólogo de la propia vida seleccionando ciertos acontecimientos significativos y estableciendo entre ellos conexiones apropiadas para darles coherencia.
En tal sentido, y desde el aporte psicoanalítico, podemos pensar que este intento de apropiación, a partir de la escritura de la vida de uno, vida en donde las repeticiones, los síntomas y el goce individual tienen lugar, es una forma de ponerle tope, de “abrochar” algo de ese deslizamiento incesante que implica el propio devenir. Sabemos que lo que se escribe, se anuda, hace anclaje y le otorga al sujeto un cierto saber sobre sí. Esto es lo que ocurre con la escritura autobiográfica pero también, con el soñar y su posterior interpretación.
En una época, la actual, en la cual muchos ideales han caído, el vacío y la “no relación” cristalizan la posibilidad de la conexión con el otro, las narrativas del yo parecieran ocupar un espacio de identificaciones y respuestas a lo imposible, a lo no dicho, a lo no simbolizado.
El sueño, como escritura y material de análisis, aproxima al sujeto a fragmentos de verdad. El espacio autobiográfico inserto en la subjetividad contemporánea, continua alojando sujetos. Sujetos que tienen algo para decir y sujetos buscadores, por otras vías, también, de alguna verdad.

Bibliografía

- Angenot, M. (1998) Interdiscursividades. De hegemonías y disidencias, Córdoba: Editorial Universidad Nacional de Córdoba.
- Arfuch, L. (2002ª) “ Subjetividad e (in)visibilidad mediática” en Revista Signo &Seña N° 12, Buenos Aires: Facultad de FF y L.
- Arfuch, L. (2002b) El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
- Bajtin, M. (1995) Estética de la creación verbal, México: Siglo XXI.
- Benveniste, E. (1975) Problemas de lingüística general, México: Siglo XXI.
- Bourdieu, P. (1986) “La ilusión biográfica”, extraído de Actes de la Recherche en Sciences Sociales, N° 62/63, París. (traducción Carlos Sabransky)
- De Man, P. (s/r) La autobiografía como desfiguración. (traducción de Angel G. Loureiro)
- Derrida J. (1986) De la gramatología, México: Siglo XXI.
- Foisil, M. (1987) “La escritura del ámbito privado” en Aries/Duby, Historia de la vida Privada,. Madrid: Taurus.
- Freud, S. (1993a) Estudios sobre la histeria, Tomo II, Buenos Aires: Amorrortu Editores.
- Freud, S., (1993b) La interpretación de los sueños, Tomo V, Buenos Aires: Amorrortu Editores.
- Freud, S., (1995c) Presentación autobiográfica, Tomo XX, Buenos Aires: Amorrortu Editores.
- Gilio, M. E. (1976) Borges, Buenos Aires: Colección Letra Abierta, Editorial Mangrullo.
- Goulemot, J. M. (1987) “Las prácticas literarias o la publicidad de lo privado” en Aries/Duby, Historia de la vida Privada, Madrid: Taurus.
- Kristeva, J. (1997) “Bajtín, la palabra, el diálogo y la novela”, en: Navarro, D. Intertextualite. Francia en el origen de un termino y el desarrollo de un concepto, La Habana: UNEAC.
- Lacan, J. (1995a) “El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica” en El Seminario, Libro 2, Buenos Aires: Paidós.
- Lacan, J. (1995b) “Las formaciones del inconsciente en El Seminario, Libro 11, Buenos Aires: Paidós.
- Lacan, J., (1975-76) “El sinthoma”, Seminario 23, inédito (Versión completa de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Traducción y notas de Ricardo E. Rodríguez Ponte).
- Massotta, O. (1976) Ensayos Lacanianos, Barcelona: Editorial Anagrama.
- Miller, J. A. (2000) El lenguaje, aparato del goce, Buenos Aires: Colección Diva.
- Robin, R. (S/r) Identidad, memoria y relato. La imposible narración de sí mismo, Buenos Aires: Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
- Schur, M. (1984) Sigmund Freud. Enfermedad y muerte en su vida y en su obra, Buenos Aires: Paidós.
- Zizek Z., (1998) "Multiculturalismo o la lógica cultural del Capitalismo multinacional", en Estudios culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo, Buenos Aires: Paidós.


[1] Nos referimos aquí al significado que le da el psicoanálisis a la interpretación, es decir, la deducción por medio de la investigación analitica del sentido latente en las manifestaciones verbales y de comportamiento de un sujeto. La interpretación apunta al develamiento del inconciente y en la cura responde a un tipo de intervención hecha al sujeto según reglas impuestas por su direccion y evolución.
[2] Tanto los sueños como los chistes, los lapsus eincluso los sintomas, son considerados por la teoria psicoanalitica como formaciones del inconciente.

EFECTOS DE LECTURA DESDE EL PSICOANALISIS


Rodolfo Walsh, escritor. Una Carta siempre llega a destino


Por Mariana Gómez
Centro de Estudios Avanzados
Facultad de Psicología, U.N.C
margo@ffyh.unc.edu.ar

El 24 de marzo de 1977, Rodolfo Walsh escribe su último trabajo: “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”. Veinte dactilógrafos teclean sin tregua logrando introducirla en numerosos medios de comunicación, hasta en la Casa de Gobierno. Pero, nadie la publica.
Se “es” en la medida en que uno se nombra y Rodolfo Walsh un día antes de morir, se había nombrado “escritor”. Escritor y autor de “Operación Masacre” un trabajo que lo ubica como uno de los precursores del género literario conocido como realidad ficcional.
Sabemos desde el psicoanálisis que "la verdad tiene estructura de ficción, o sólo puede ser medio dicha”[1]. Hay un punto imposible más allá de cualquier verdad. Esto significa que la verdad no puede decirse toda, que sólo se “medio dice” y que se define en torno a un relato estructurado por el lenguaje y definido por lo que el psicoanálisis llama “lo inconciente”.
Pero, si el destino es "lo que ya está escrito"[2] y la ficción la forma de relatar una verdad, entonces podemos hacer de nuestro destino una escritura.
Alguna vez, Rodolfo Jorge Walsh, dijo: “Operación Masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendí que además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior”[3].
No en vano, aquella frase “hay un fusilado que vive” lo conmocionó tanto y lo llevó a escribir “Operación Masacre”. ¿Resonó en él algo de sí mismo? ¿De su propio destino? ¿De su propio fantasma?
El fantasma, noción teórica construida para representar aquello que nos determina de manera inconciente[4], pero que se presentifica en lo subjetivo como lo novelado, como nuestra novela familiar, como nuestros mitos, nuestras creencias. Ficcionalizamos nuestro fantasma porque es demasiado horroroso. Algunos pueden, como Rodolfo Wash, escribirlo, inventando un género literario y hasta… novelar el “fantasma social”.
Pero R. Walsh, escritor, escribe una carta que no sería publicada. La “Carta a la Junta Militar” es una escritura que vaticina un destino trágico.
Escribe esta carta e incluso dice en algún momento, que su máquina de escribir es como su arma, que su arma es la palabra. Con palabras dice una verdad. Una verdad que toca al perverso y denuncia el horror. Por primera vez, su literatura no fue tan ficcional, sino que tocó lo Real, sabiendo que su decir podría tener consecuencias.
Al día siguiente muere asesinado.
Sin embargo, ese día portaba una cédula de identidad falsa, otro nombre que usaba para protegerse. Ese día, inevitable, asesinaron a Norberto Pedro Freire. Rodolfo Walsh se les escabulló una vez más. Minutos antes había enviado la Carta a la Junta Militar.
En ella Walsh denunciaba la reaparición de los “inquisidores medievales”, pero con “actualizaciones contemporáneas”. Sin embargo había un crimen más grave y atroz por él señalado: los resultados de la política fulminante sostenida en la miseria planificada[5]. Denunciaba el “vigilar y castigar” de los torturadores, pero además, los estragos de la “biopolítica” imperante, producto de la estrategia del control de los cuerpos a través del hambre y la desocupación.
Lacan nos enseñó que "una carta robada", incluso "en sufrimiento/en espera"[6], es una carta que llega siempre a su destino. Porque lo más escondido es lo que está a la vista, como ya lo había relatado Edgar A. Poe, en donde el mensaje que contiene la carta que es enviada a la Reina, está escamoteado, es decir que todo lo que allí va a suceder no es del orden de la palabra. Pero, llega a destino modificando la posición de aquellos que toman contacto con ella[7].
Entonces si la carta siempre llega a destino aunque ella sufra un rodeo, significa que la carta tiene un destino propio.
Y si la carta del cuento de Poe representa aquello que para el psicoanálisis es el objeto causa del deseo, que toma nuestro cuerpo, que nos estremece, que nos hace temblar, su clave está en ese lugar en donde el saber encuentra su límite, el lugar de lo indecible. Lugar de un vacío en cuyos bordes podremos escribir. Porque es, precisamente, por algo que no puede decirse que podemos decir. Es un imposible lógico a partir del cual, lo que "no cesa de no escribirse"[8] es lo que hace que la escritura no se detenga.
La carta de Walsh, el escritor, escrita hace 30 años sigue llegando a destino, sin detenerse, estremeciendo a todos aquellos con quienes se encuentra. Lo indecible pudo ser dicho sin ficciones bordeando el vacío. Primera carta que trajo otras escrituras. Eso que no cesaba de no escribirse, finalmente se empezó a decir. Escrituras y cartas que no se detienen, destinadas a ser leídas. Ficción o realidad, la verdad siempre llega destino.

Córdoba, Marzo de 2007
Textos consultados
· Belvis, C.: Investigaciones Rodolfo Walsh en http://www.rodolfowalsh.org/
· Lacan, J., (1988 [1955]),”El seminario sobre la carta robada” en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores.
· Lacan, J., (1960-1), “La transferencia” en El seminario, Libro 8, Buenos Aires, Paidós.
· Lacan, J., (1995 [1964]), “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” en El seminario, Libro 11, Buenos Aires, Paidós.
· Lacan, J., (1995 [1971 – 72]), “Aún” en El seminario, Libro 20, Buenos Aires, Paidós
· Walsh, R., (1977 [1957]) Operación masacre, Buenos Aires, Ediciones de La Flor.
· Walsh, R., “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, 24 de marzo de 1977.

[1] Lacan, J.: “Aun” en El seminario, Libro 20.
[2] Lacan, J.: “La transferencia” en El seminario, Libro 20
[3] Belvis, C.: Investigaciones Rodolfo Walsh.
[4] Para Lacan, el fantasma en un sujeto es como la escena de una pantalla cinematográfica, donde es posible detener la película justo en el punto en que continúa la escena traumática. Por otro lado, el fantasma es lo que le permite a cada sujeto sostener su deseo (Lacan, 1964).
[5] Walsh, R.: “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”.
[6] En francés se dicen de la misma manera: souffrance.
[7] Lacan, J.:”El seminario sobre la carta robada” en Escritos 1.
[8] Lacan, J.: “Aun” en El seminario, Libro 20.

SENKU

GOLEM


EDIPO FRENTE AL ENIGMA


viernes, 5 de junio de 2009

LA VERDAD Y SU ESTRUCTURA DE FICCIÓN


Es sabida la devoción de Freud por la Tragedia. Apasionado lector de los griegos, fue también un dedicado lector de Goethe, de Shakespeare y de otros clásicos. Estos influyeron directamente en su obra y en la creación del Psicoanálisis. Desde Edipo hasta el Fausto, desde Narciso hasta Dostoievski, Freud recurre permanentemente a la tragedia para argumentar, ilustrar o nominar sus descubrimientos.
Por su parte, Lacan dirá, varios años después, que el analista es un personaje de la Comedia, dado que el bufón es el único de la corte que tiene permitido decir las verdades: “Lean a Shakespeare. El bufón de corte tiene un papel: el de ser quien hace las veces de verdad. Puede hacerlo expresándose como un lenguaje, igual que el inconsciente”[1]. También dirá: “Lo verdadero, (…) nunca se alcanza sino por vías torcidas[2]
En este sentido, ya en su Seminario 17 El Reverso del psicoanálisis, Lacan había intentado explicar que la verdad no puede decirse toda, que sólo se “medio dice”, que se define en torno a un relato estructurado por el lenguaje y definido por lo que el psicoanálisis llama “goce”. Es por ello que postulará sus dos famosas frases: “la verdad tiene estructura de ficción” y “la verdad es hermana de goce”.
El propósito de este curso es bordear cuestiones relativas al problema de la verdad y de la ficción tomando como punto de partida aquellos discursos literarios que pueden articularse con el Psicoanálisis, en la medida en que éste se ha servido y se sirve de aquel para su propio desarrollo. De este modo, lo que esta propuesta pretende es introducir algunos hitos literarios que puedan entrar en consonancia con el discurso psicoanalítico; analizar cómo estos textos canónicos, capaces de representar determinada idea del mundo según distintas épocas han sido tomados y utilizados por el Psicoanálisis para la conformación de algunos de sus aspectos teóricos y también para la instancia clínica.
Al mismo tiempo, y teniendo en cuenta que durante el siglo XX, la literatura ha sido moldeada por la influencia decisiva de los efectos del Psicoanálisis, tanto en la cultura moderna como en la postmoderna, permitiéndole así, ampliar sus horizontes creativos, se realizará un recorrido por algunos textos en los cuales se pone de manifiesto una búsqueda por el detalle, proceso que privilegia el proceder analítico al atravesar la experiencia del inconsciente, como se desprende de los desarrollos de Freud y de la enseñanza de Lacan.
Desde este lugar y sabiendo que no hay transmisión posible sin una clínica que la sostenga, se pretende centrar la búsqueda en la aplicación de aquello que revela esta experiencia tanto en el sujeto del discurso literario como en el sujeto del inconsciente y los desenlaces de su escritura.
Por ello, recuperando algunos de los principales representantes y modelos ofrecidos por la historia literaria con sus posibilidades y limitaciones, se ofrecerá una sintética exposición de los principales ejes literarios de la Antigüedad Clásica, de la Modernidad y del Siglo XX. A partir de allí, intentaremos construir una articulación directa entre el saber psicoanalítico y los conceptos centrales sostenidos por las obras elegidas, en cuanto influyeron y permitieron comprender, modificar y enriquecer el trabajo clínico de los psicoanalistas.

[1] Lacan, J.: “El Atolondradicho”, Escanción Ornicar? Nº 1, pag. 21-2.
[2] Lacan, Jacques: “El Seminario” Nº XX “Aún”, pag. 115